miércoles, 9 de mayo de 2012

El Estado sin Bienestar

Una crisis financiera sistémica más o menos fuerte, pero, como ya advirtió Engels, cíclica y consustancial al capitalismo, está sirviendo como coartada para el desmantelamiento del Estado de Bienestar. Indudablemente, el Estado de Bienestar no es la causa de la crisis ni su reducción la solución. Nos encontramos más bien ante la consumación de una amenaza persistente enunciada constantemente por expertos interesados que predicaban su inminente insostenibilidad. Cuesta hacer creer que lo que era viable en Europa en los años 60 deje de serlo ahora con el evidente crecimiento de la productividad habido desde entonces. El envejecimiento de la población quizá resulte más plausible, pero el aumento de la población activa con la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral invalida el planteamiento.

Realmente, no hay que darle muchas vueltas a estas cuestiones, porque no se trata de factores económicos ni demográficos, sino mayormente políticos. Nos encontramos en una etapa clave en la escalada de la desigualdad de la distribución de la riqueza comenzada desde la crisis del petróleo de 1973. Esta escalada es consecuencia de la paulatina pérdida de la progresividad fiscal y de la desregulación del mercado financiero que, éste sí, es uno de los principales culpables de la dichosa crisis. La cuestión es que cada vez han ido teniendo menos relevancia las rentas del capital en la recaudación impositiva respecto a las del trabajo, lo cual sumado a la mencionada desregulación y al dinero barato nos ha llevado a la crisis de marras. Es decir, en realidad, la crisis tiene un origen político a la hora de generar ese marco propicio para las burbujas financieras.

Pero no nos desviemos de la cuestión. Decíamos que la crisis del 73 se saldó con una progresiva escalada en la desigualdad, fundamentalmente de base fiscal. La actual crisis parece que cuenta con el firme propósito de ir un paso más allá: fagocitando el Estado de Bienestar. Ante la perspectiva de la fulminación o degradación total del Estado de Bienestar, por no hablar de la reducción de los derechos laborales, cabrá que la mayoría de los ciudadanos que vivimos esencialmente de nuestro trabajo nos planteemos para qué narices queremos un Estado que únicamente vela por la propiedad y el mantenimiento del orden social y económico establecido. Obviamente, para muy poca cosa, por lo que habrá poco que perder. Vamos, que nuevamente un fantasma deberá recorrer Europa.

El Estado de Bienestar es producto de un feliz pacto por el cual se reconocía el capitalismo como única perspectiva económica a cambio de una serie de mecanismos redistributivos que permitieran ciertos grados de igualdad de oportunidades a través de lo que se ha llamado Estado de Bienestar. Por supuesto, este modelo de sociedad presenta muchas más ventajas, como son múltiples grados de estabilidad, meritocracia, innovación que no sólo consagra una sociedad más justa sino, de hecho, una economía más innovadora, estable y rica. Pero, a su vez, más competitiva en su escalafón más alto, ya que la gran movilidad social que genera no facilita mantener el estatus social si no eres siempre el mejor. Es decir, es un modelo que teóricamente facilita el hacerse rico pero no tanto el vivir de las rentas. Poniendo ejemplos burdos pero muy representativos, un modelo que facilita Ikea penalizando a la Duquesa de Alba.

Este admirable pacto ya agonizante no fue fruto del convencimiento, sino de un contexto político muy diferente al actual: la Guerra Fría. Ciertamente, el orden económico establecido, el capitalismo, tenía una amenaza muy visible en la URSS y en la más que factible expansión comunista en la Europa de postguerra. De este temor surgió lo que no dejaba de ser una componenda, un arreglo incómodo forzado por las circunstancias: el Estado de Bienestar. De esta componenda surgió, pues, un modelo de éxito, muy popular y capaz de generar importantes consensos. De hecho, una convención bastante extendida durante todos estos años es la práctica desaparición de la diferencias entre la izquierda y la derecha por la adquisición de fundamentales consensos en lo que se refiere al modelo de sociedad, reconociéndose generalmente, con mayor o menor entusiasmo por cada una de las partes, el capitalismo, la democracia y el Estado de Bienestar. Por este motivo, liquidar el Estado de Bienestar no es una tarea sencilla que se pueda llevar a cabo de un plumazo. Eliminada la amenaza soviética que justificaba el Estado de Bienestar, acabar con éste requería de tiempo y de la ocasión propicia de desesperación generalizada que permitiera la aceptación de su fin.

El proceso, como decíamos, comenzó con la crisis de 1973, a partir de la cual las grandes fortunas y el capital empezaron a dejar de tributar, dejando cada vez más el esfuerzo impositivo sobre las espaldas de las rentas del trabajo. Con la crisis actual, estamos viendo como se liquida el Estado de Bienestar, es decir, pensiones, educación, sanidad... y con el dinero ahorrado se sostiene, ostensiblemente, el sistema financiero. Es decir, constatamos, sin el estupor que se merece, cómo el Estado pasa de ser un agente redistributivo que facilita la igualdad de oportunidades, a ser un agente redistributivo que garantiza las inversiones financieras privadas. Y pagado por las menguantes rentas del trabajo. Ante esta situación asombrosa, los que únicamente tenemos nuestro trabajo sólo nos podemos preguntar por qué mantener este Estado, qué sentido puede tener sostener el Estado sin Bienestar.

martes, 1 de mayo de 2012

La crisis

Desde 1825, año en que estalló la primera crisis general, el mundo industrial y comercial, la producción y el comercio de los pueblos civilizados y de sus anejos más o menos bárbaros, se deteriora cada diez años aproximadamente. El comercio se detiene, los mercados están atestados, los productos son tan abundantes como invendibles; la moneda se oculta, el crédito se desvanece, las fabricas se cierran, la población obrera se encuentra desprovista de medios de subsistencia por haberlos producido antes en exceso, las bancarrotas se suceden, lo mismo que las ventas a precios ínfimos.

F. Engels