lunes, 17 de diciembre de 2012

El deber del historiador

Preparándome ingenuamente unas oposiciones que no parecen próximas, me estoy releyendo el estimulante libro de Eric Hobsbawm Sobre la historia ( Ed. Crítica, Barcelona, 2002), donde plantea unas directrices que no sólo son de rabiosa actualidad, sino que demasiado habitualmente mis colegas no se molestan en seguir y que entiendo debería ser de obligado cumplimiento para todo aquel que osase considerarse historiador.
En el primer capítulo del libro, llamado Dentro y fuera de la historia, nos habla del deber del historiador: en particular, somos los encargados de criticar todo abuso que se haga de la historia desde una perspectiva político-ideológica (p. 18). El maestro tiene claro de dónde vienen las amenazas: Porque la historia es la materia prima de la que se nutren las ideologías nacionalistas, étnicas y fundamentalistas, del mismo modo que las adormideras son el elemento que sirve de base a la adicción a la heroína. El pasado es un factor esencial -quizá el factor más esencial- de dichas ideologías. Y cuando no hay uno que resulte adecuado, siempre es posible inventarlo. De hecho, lo más normal es que no exista un pasado que se adecue por completo a las necesidades de tales movimientos, ya que, desde un punto de vista histórico, el fenómeno que pretenden justificar no es antiguo ni eterno, sino totalmente nuevo (p. 17). Hoy día, el mito y la invención son fundamentales para la política de identidad a través de la que numerosos colectivos que se definen a sí mismos de acuerdo con su origen étnico, su religión o las fronteras pasadas o presentes de los estados tratan de lograr una cierta seguridad en un mundo incierto e inestable diciéndose aquello de “somos diferentes y mejores que los demás” (p. 19-20).
El mismo día en que releo estas sabias instrucciones del viejo profesor, la recientemente nombrada Presidente del Parlamento de Cataluña, en su discurso de investidura, había afirmado: Hemos de ser conscientes de que no venimos de la Constitución de 1978, somos herederos de un glorioso pasado. Por respeto al maestro Hobsbawm, fallecido este mismo año, me veo obligado a seguir con su mandato. Tengo el deber moral como licenciado en historia de criticar semejante abuso a mi disciplina. Efectivamente, el poder de la institución que preside la señora de Gispert emana, ni más ni menos, de la Constitución de 1978 y no, ni mucho menos, de la institución medieval de la que se extrajo el nombre en la II República. Además, en todo caso, no gozaría tan añeja institución de un glorioso pasado, sino de un explotador origen: la extracción fiscal (las generalidades) a la plebe, al poble menut, por parte de los estamentos privilegiados centrados en la apropiación de la deuda pública crónica generada por la belicosidad real.
Cumplido mi deber, vuelvo a mis estudios. Otro día podríamos comentar el escalofriante paralelismo fiscal de la Corona de Aragón de la baja edad media con la situación actual. Y no, no hablaremos de expolio fiscal. Territorial, cuanto menos, claro.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Lamentablemente

Resulta agotador el eterno debate lingüístico en Cataluña, fundamentablemente, por la total ausencia de interés por parte de los defensores del monolingüismo catalán de aportar el más mínimo atisbo de racionalidad. Ningún asomo de ponderado argumento, todo lo que se encuentra son consignas, victimismo, distorsiones y emotivas adhesiones inquebrantables.
Quizá algún lector esperará que lo ilustre con ejemplos. Pues allá voy. Se repite como mantra que la introducción del castellano como lengua también vehicular de la educación catalana atenta a la cohesión social en Cataluña. Semejante grandilocuente afirmación habría que argumentarla, porque para mí equivale a decir que si te masturbas te puedes quedar ciego. No se hace, se confía que de repetir mucho esta consigna se asuma como verdad. Se insiste en que se atenta contra el catalán, más allá de la personificación absurda que se tiende a hacer de una lengua, yo me veo incapaz de captar agresión alguna al hecho de que se proponga que se establezca que se use también otra lengua oficial como lengua vehicular en la enseñanza. Más bien veo lo contrario en la feroz negativa a que así sea. Es una distorsión maliciosa pretender hacer creer que se propone situar la lengua catalana como residual, puesto que seguiría siendo también vehicular. Y finalmente, se procura escenificar la unanimidad del pueblo catalán con multitud de manifestaciones que se pretenden identificar con la incuestionable voluntad popular catalana. Ya que hay tanta hambre de consultas populares, pueden empezar por la inmersión lingüística. Pero Duran Lleida no tuvo reparos en reconocer el quid de todo el asunto, con su lamento de que los niños hablen en castellano en el recreo. ¡La que se hubiese liado si hubiese sido Wert el que hubiese dicho una barbaridad así! Así pues, de lo que se trata es de erradicar el uso de la lengua castellana de Cataluña y, claro, eso es muy chungo de decir públicamente.
Y, a propósito de las consultas populares, toda esta oleada de indignación nacionalista me deja una sensación extraña. ¿Por qué se alteran tanto con un borrador de un proyecto de ley que vete a saber cuándo se va a aprobar? ¿No nos tienen prometida una consulta para lo más tardar el año 2015 sobre la tan deseada y necesitada independencia de la nación catalana? Entonces, para cuando se apruebe la ley de Wert, lo que tienen previsto es que seamos ya independientes. ¿O es que es un brindis al sol? ¿O es que cualquier ocasión es buena para marear la perdiz, ya se sabe, embolica que fa fort? Claro, siempre va bien apretar las filas y distraer la atención de las menudencias del gobierno del día a día, los recortes y esas cosas. Y, esto, por supuesto también le vale a Wert, encantado de ser el bombero pirómano de Rajoy que distrae la atención de la crisis. Al final de cuentas, nos están faltando al respeto, unos y otros, a los ciudadanos. No deberíamos permitir que se dediquen a manipular a la opinión pública en vez de dedicarse a legislar por el bien del interés general.