miércoles, 25 de diciembre de 2013

Juno o cómo hacer una película indie. Puro spoiler

Juno o cómo hacer una película indie
Puro spoiler
Mi prejuicio sobre Juno (2007) no podía ser más que positivo ante las positivas críticas que había leído, su Óscar al mejor guion original y la polémica que había generado entre tirios y troyanos sobre las sensibles cuestiones del aborto y el embarazo adolescente. Todo apuntaba a que tenía que ser una película interesante. Pero me he encontrado con una bobada pretenciosa y a la vez simplona. En realidad es una película engañosa. Si bien el metraje de la cinta se centra en el embarazo de una adolescente, no deja de ser una cuestión secundaria en la película, lo que realmente se narra es una forzada e irreal historia de amor.
La protagonista es una encantadora e ingeniosa adolescente que goza de una independencia envidiable, quimérica, totalmente inverosímil. Tiene la desgracia de quedarse embarazada en su primer contacto sexual con el chico que apunta a su primer noviete. El típico chavalillo majo pero paradito con todas las papeletas de ser el pagafantas perfecto. Se deja copiar en clase siempre que haga falta, siempre disponible, ni una mala cara... Por muy película que sea, todos sabemos que esa estrategia no ha funcionado por los siglos de los siglos. La deliciosa muchacha, ni corta ni perezosa, va a una clínica de abortos como el que va a una tienda de ropa. Quizá dando a entender lo trivial que se ha convertido semejante circunstancia en su generación, pero es un suponer. Con todo, se siente incómoda en la sala de espera y decide que mejor parir y dar el niño en adopción. No se sabe muy bien por qué, pero como es una chica tan independiente y espontánea, la cosa se queda ahí. La familia lo acepta con menos dificultades que con las que se suele aceptar que la niña se haga un tatuaje. Llamativo al tratarse el padre de un exmilitar, pero se trata de un padre abnegado, permanentemente cariñoso, con consejos oportunos y siempre disponible para cuando la prota le necesite, cosa totalmente inverosímil al tratarse de un autónomo instalador de calderas y aires acondicionados.
Mientras avanza su gestación, por cierto, aparentemente más leve que la mayoría de mis anginas, la muchacha, que hace lo que quiere y llega a casa a la hora que le da la gana sin que se resientan ni padres ni estudios, hace buenas migas con los padres adoptivos que ha escogido y les hace tantas visitas que se convierten en el centro de la película. Conecta más con el tío que con la tía, pero advierte la vocación maternal de la hembra. El clímax llega cuando el marido decide dejar a su esposa, presumiblemente porque el desparpajo de la protagonista le ha hecho comprender que vivía sometido por las aspiraciones de su mujer. Entonces la prota se decepciona con él y con las relaciones de pareja, pero afortunadamente su disponible padre le explica que el secreto del amor es conformarse y entonces la chica inmediatamente entiende que su pagafantas es el novio perfecto. Son felices, comen perdices y ya solo queda quitarse el parásito de su vientre. Se lo quita y disfruta de su amor que es tan original que primero procrean y luego tienen la relación. Tal cual, literalmente, palabras de la prota.
Sí, esta inconmensurable chorrada es el argumento de la película. A pesar de toda la parafernalia, no deja de ser una convencional comedieta romántica totalmente inverosímil y, lo que es más preocupante, que frivoliza una cuestión tan compleja como el embarazo adolescente. No pretende ser una reflexión, ni una crónica ni una denuncia ni nada parecido, el embarazo no es más que un desmesurado artificio para nada más que dotarle de originalidad al romance. No hay conflictos por ningún lado, todos los personajes son encantadores, comprensivos, tolerantes, una explosión de madurez emocional generalizada en pleno Minnesota.
La película engaña porque se reviste de un pretencioso cascarón que hace presuponer profundidad pero que no es más que una reproducción de los patrones del cine indie. Hoy en día la etiqueta de cine indie ha trascendido la mera cuestión de distribución y se ha consagrado como un verdadero estilo alternativo, que tiende a procurar reflejar la realidad social y cultural con historias más minimalistas que combinan lo costumbrista, lo cómico y lo dramático y en las que los diálogos adquieren una especial relevancia. La historia de Juno se inserta en una estereotipada familia divorciada de clase trabajadora de algún suburbio de un Estado cualquiera de los EE.UU., como Minnesota (no ahorrarse detalles de la crudeza climática o paisajística como en Fargo), en oposición al prototipo clásico hollywoodiense de la familia nuclear de clase media californiana que tan bien caricaturiza American Beauty. Este cambio respecto a los patrones cinematográficos reviste a cualquier historia de verosimilitud, de naturalidad, de realidad. Es importante no ahorrarse detalles embrutecedores como una ridícula madrastra esteticien. La película gira en torno a una chica pizpireta e independiente, cual Winona Ryder de Reality Bites, arrebatadora e ingeniosa, amor ideal del guionista que en su perfección no es más que el vehículo de sus frases más brillantes. Sin duda, resulta refrescante frente al prototipo de diva que no es más que un objeto del deseo del protagonista macho, pero no deja de ser un personaje estereotipado, plano y vacío. No pueden faltar las referencias de cultura pop como películas de terror o cómics al uso de cualquier película de Kevin Smith. Y, por supuesto, la música. La música es el recurso primero del director para crear ambientes y emociones y el abuso del pop indie reviste a la película de una delicadeza y profundidad que no tiene. Una banda sonora protagonizada por Jennifer López, Eminem o Pitbull hubiese generado, sencillamente, otra película. El director no se ahorra planos interminables e innecesarios para lucimiento de la banda sonora, prácticamente pequeños videoclips, que solo disfrutarán los muy entusiastas del género musical. Lo paradójico es que la protagonista se confiesa como intolerante fanática del punk de los setenta, género totalmente inexistente en la banda sonora.
En resumen, se trata de una película absurda, simple, que frivoliza cuestiones graves y que fundamenta su éxito en una mezcla de elementos característicos del cine indie que pueden dar a entender que la historia explica más de lo que verdaderamente explica. Todo estilo genera su manierismo y el desproporcionado éxito de Juno, que no es más que un mero ejemplo de manierismo de cine indie, es una señal de lo maduro que está el estilo en cuestión.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Descomposición y caída del catalanismo político

Hay que reconocerlo, nos tienen bien entretenidos. Hoy han abierto un nuevo acto en este prolijo sainete que desde hace años es la política catalana. Lo han hecho con la sorprendente cabriola que representa un referéndum con dos preguntas condicionadas. "¿Quiere que Cataluña se convierta en un Estado?". Y en caso de que la respuesta sea afirmativa, una segunda cuestión: "¿Quiere que este Estado sea independiente?". Los creadores de tan confuso artificio, al cual tienen la osadía de considerar un logro en claridad, lo están celebrando como un éxito, incluso histórico. Pero su euforia no hace más que esconder las dificultades que han tenido los promotores de eso que han dado a llamar el derecho a decidir en ponerse de acuerdo en eso que quieren decidir.
En realidad, los promotores de este extraño derecho a decidir quieren decidir dos cosas contrapuestas a través de dos preguntas complementarias: por un lado la independencia, o mejor dicho, la secesión de España porque es bien sabido que eso de la independencia no lo disfruta ni la propia España; y por otro, que España se constituya como un estado federal, planteándolo de una forma alambicada de difícil comprensión para un ciudadano medio poco familiarizado con sutilezas constitucionales. Huelga decir que la segunda opción está planteada de forma absurda, porque no cabe duda que eso sólo tendría sentido plantearlo al conjunto de españoles, pero a estas alturas de la función no tiene sentido plantearse los absurdos de todo el proceso, especialmente si tenemos en cuenta que a España para ser federal lo único que le falta es el nombre. La cuestión más relevante es la descomposición manifiesta del catalanismo político que revela lo obtuso de la consulta planteada, a parte del hecho que ya se ha descolgado el mismísimo PSC. Ya no hay un objetivo común y sólo se comparte, con reservas, un procedimiento al que llaman derecho a decidir que tiene las horas contadas: Tan pronto imiten a Ibarretxe llevando su plan a las Cortes para obtener su inequívoca negativa. Entonces nos brindarán el nuevo acto de este inacabable sainete que no hace más que poner a prueba la paciencia de los catalanes.
Así pues, el verdadero proceso político que estamos viviendo – si no padeciendo – los catalanes es el ocaso del catalanismo que ha protagonizado la vida política de la comunidad autónoma. Este catalanismo se ha caracterizado por la exaltación del hecho diferencial catalán – especialmente a través de la lengua, pero también a través de la distorsión de la historia-, la búsqueda permanente de mayores cuotas de autogobierno y la pretensión de homogeneidad dentro del arco político y social catalán, en la medida que quien no lo respaldara era expulsado de la propia catalanidad. Su momento culminante fue el proceso de elaboración del Estatuto del 2006 y, como suele suceder, el momento desde el cual sus propias contradicciones le están abocando a su fin.
El rotundo éxito del catalanismo se materializó en la medida que se convirtió en la única ideología política vigente en Cataluña, entre otros factores, por la inanición ideológica de la izquierda con la caída del muro de Berlín. Al convertirse en hegemónico, si no único, los partidos políticos catalanes han llevado una carrera por no quedar atrás en su catalanismo, hasta llegar al final de la pista: la independencia. Esto ha sucedido a velocidad de relámpago. Hace 10 años se pasó de hablar de competencias a hablar de un nuevo estatuto, de ahí al concierto económico, el estado propio, el derecho a decidir y finalmente la independencia. ¿Qué ha pasado en Cataluña para que se evolucionara tan rápido? Nada, la mera dinámica competitiva entre los partidos. Pero esta ya ha empezado a romperse, el PSC ya se ha descolgado de la dinámica, ICV y Unió empiezan tímidamente a moderar la apuesta, la maximización catalanista ha llevado a posicionamientos binarios simples, o todo o nada.
La siguiente pregunta es por qué empiezan a recular algunos partidos catalanistas. Se podría argumentar que nunca han sido independentistas, sino federalistas, confederalistas, lo que sea. Entonces por qué empiezan a predicarlo ahora, con la de tiempo que han tenido para plantearlo y más aún, por qué tiene que materializarse en eso que llaman el derecho a decidir. También se podría argumentar que empiezan a verle las orejas del lobo a través de algo tan prosaico como las perspectivas electorales. Después de tantos años de carrera catalanista se han exaltado los ánimos, los convencidos se han radicalizado y participan entusiasmados en toda performance catalanista. Pero los descontentos también han empezado a movilizarse, particularmente en torno a un partidito nacido en el 2006 como reacción a la exaltación catalanista. A pesar de su menudencia, indefiniciones y errores, ha subido como la espuma y ya apunta en las encuestas a tercera fuerza política en Cataluña. Es decir, va en camino de aglutinar, de convertirse en la verdadera oposición en Cataluña y a medida que la tensión catalanista ahonde en el hartazgo de los catalanes, sumidos en una larga crisis económica que padecen con graves recortes en servicios públicos, puede llegar a convertirse en alternativa de gobierno solo esperando sentado que pase el cadáver político del catalanismo. Para muchos catalanes puede que llegue a ser refrescante un gobierno de la Generalitat que se limite a gobernar sus no pocas competencias.
Es difícil adivinar el futuro, pero el catalanismo a través de su dichosa consulta está abocado a la frustración y con ello a tensar más la situación y habrá que ver cuántos partidos seguirán en la aventura a partir de ese momento. Hasta qué punto podrán conservar la mayoría en Cataluña con esta estrategia solo podrán dilucidarlo los catalanes. Así pues, efectivamente, serán los catalanes los que decidan el futuro de Cataluña.