El profesor Neira está viviendo un elocuente ejemplo de cómo llega a ser de voluble lo políticamente correcto. Se hizo famoso por recibir una paliza que casi le mata por intentar intermediar ante la agresión de un hombre hacia su mujer, la cual, sea dicho de paso, aún tuvo el arrojo de defender a su violento marido. El profesor Neira fue expuesto, con justicia, a mi entender, como una especie de héroe post-moderno. Ciertamente, un héroe es alguien que se arriesga por los demás sin esperar nada a cambio. No está mal reconocérselo brindándole algún tipo de reconocimiento, desde luego. Aunque los medios le brindaron una fama que no mereció, por ejemplo, otro infausto héroe valenciano que recuerdo murió de la paliza que recibió. Esperanza Aguirre no dudó en aprovechar el halo de prestigio y notoriedad adquirido por el profesor para sumarse un punto colocándole como presidente del consejo asesor del Observatorio de la Violencia contra la Mujer. Ignoro la adecuación del profesor para semejante cargo. Lo oportuno, sin duda, es poner a un experto y no a un héroe mediático que vete a saber el análisis que puede aportar.
Como una buena obra dramática, después del ascenso del héroe llega su caída. Y como no podía ser de otra manera, ésta también fue provocada por lo políticamente correcto: Neira fue condenado a 10 meses sin carné, 1.800 euros de multa y trabajos en beneficio de la comunidad por un delito contra la seguridad vial al conducir con un nivel superior al permitido de alcohol en sangre. Irremediablemente, había pasado de héroe a villano. Qué exigente es la moralina. Acto seguido, todo el mundo exige su dimisión y Esperanza Aguirre prepara su destitución. El profesor Neira, sin duda, puede haber cometido una cagada y como tal ha sido condenado por un juez, pero ya me dirán qué relación tiene la seguridad vial con la violencia doméstica y que no implica ningún tipo de inhabilitación para ocupar un cargo. Además, suena postizo en el PP cuando mantienen a un presidente de comunidad autónoma que ha cometido actos más indecentes y moralmente reprobables para su cargo como aceptar suntuosos regalos de una trama de corrupción (como mínimo).
En definitiva, se está instalando una moralina hipócrita y absurda que premia y penaliza ciertos comportamientos desmesuradamente mientras los partidos políticos insisten en su condescendencia con la corrupción y la incompetencia, ámbitos donde los ciudadanos, sin duda, agradeceríamos esa contundencia por parte de nuestros representantes.
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