jueves, 2 de enero de 2014

Federalismo suena bien

Federalismo suena bien
En la vorágine política en la que nos tienen sumidos en Cataluña el independentismo gobernante en torno a lo que han llamado el derecho a decidir, parece ser que se está fraguado cierta reacción de izquierdas que se considera federalista y se aglutina en torno a la idea de promover una estructura federal del Estado Español. Resulta refrescante en la medida que ayuda a romper el pensamiento único imperante en Cataluña pero, aunque cada vez son más combativos con el independentismo, en realidad no deja de ser una postura en gran medida vacua que insiste en incidir en la cuestión territorial como eje central de la política en Cataluña, a pesar de que la coyuntura que vivimos está muchísimo más condicionada por el paro, la precarización laboral, la desigualdad y los recortes en el estado de bienestar.
No es que me oponga al federalismo ni mucho menos, la cuestión es que no deja de ser una posición que fundamenta su atractivo en la equidistancia entre el independentismo y cualquier postura – hablemos claro - que parezca demasiado cercana al PP y que se juzga por parte de estos federalistas como inmovilista si no tendente a la recentralización estatal. Seamos francos, el actual gobierno del PP se está mostrando muy involucionista en muchos campos, pero en lo que se refiere a la estructura territorial del estado, todavía, no ha hecho nada particularmente elocuente al respecto. Desde luego, las comunidades autónomas han visto muy reducida su capacidad de acción ante un límite de deuda que, no olvidemos, viene dictaminado desde las instituciones europeas pero, vamos, el gobierno de Rajoy no ha hecho como el de Putin en su momento, de reducir las federaciones de Rusia a meras divisiones administrativas.
Así pues, estos federalistas que se proponen construir una estructura federal para el Estado Español, en realidad, no concretan para qué es necesario ni en qué se concretaría este cambio, quizá sin tener presente que la mayoría de estudiosos del tema engloban el Estado de las Autonomías español dentro de las estructuras de estado de tipo federal. Por supuesto, con esto no niego que son pertinentes reformas que profundicen en la estructura federal del Estado de las Autonomías, especialmente en lo que se refiere en los mecanismos de cooperación, por ejemplo en la siempre pendiente reforma del Estado o racionalización administrativa, eliminando redundancias o niveles provinciales. Pero no nos engañemos, por muy oportunas que sean, esto no dejan de ser reformas a lo que ya existe y no hace falta ponerse pomposos con la elegante denominación de federalismo. En el actual contexto político, de hecho, no deja de ser una cuestión menor ante retos mucho más relevantes y críticos.
Insisto, actualmente es infinitamente más relevante y urgente abordar cuestiones como el paro, la precarización laboral, la desigualdad o los recortes en el Estado de bienestar (habría más, desde luego, transparencia, representatividad, división de poderes...) que están siendo soslayadas por el inacabable debate territorial que llevan más de 30 años empujando los nacionalistas. No tengo la menor duda que lo verdaderamente revolucionario, lo verdaderamente de izquierdas, sería romper totalmente con el esquema mental del nacionalismo en el que la cuestión territorial tiene un papel preponderante y procurar llevar al centro del debate político estas cuestiones que, de hecho, son las que verdaderamente preocupan a la ciudadanía (y a la clase trabajadora ya ni te cuento).

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Juno o cómo hacer una película indie. Puro spoiler

Juno o cómo hacer una película indie
Puro spoiler
Mi prejuicio sobre Juno (2007) no podía ser más que positivo ante las positivas críticas que había leído, su Óscar al mejor guion original y la polémica que había generado entre tirios y troyanos sobre las sensibles cuestiones del aborto y el embarazo adolescente. Todo apuntaba a que tenía que ser una película interesante. Pero me he encontrado con una bobada pretenciosa y a la vez simplona. En realidad es una película engañosa. Si bien el metraje de la cinta se centra en el embarazo de una adolescente, no deja de ser una cuestión secundaria en la película, lo que realmente se narra es una forzada e irreal historia de amor.
La protagonista es una encantadora e ingeniosa adolescente que goza de una independencia envidiable, quimérica, totalmente inverosímil. Tiene la desgracia de quedarse embarazada en su primer contacto sexual con el chico que apunta a su primer noviete. El típico chavalillo majo pero paradito con todas las papeletas de ser el pagafantas perfecto. Se deja copiar en clase siempre que haga falta, siempre disponible, ni una mala cara... Por muy película que sea, todos sabemos que esa estrategia no ha funcionado por los siglos de los siglos. La deliciosa muchacha, ni corta ni perezosa, va a una clínica de abortos como el que va a una tienda de ropa. Quizá dando a entender lo trivial que se ha convertido semejante circunstancia en su generación, pero es un suponer. Con todo, se siente incómoda en la sala de espera y decide que mejor parir y dar el niño en adopción. No se sabe muy bien por qué, pero como es una chica tan independiente y espontánea, la cosa se queda ahí. La familia lo acepta con menos dificultades que con las que se suele aceptar que la niña se haga un tatuaje. Llamativo al tratarse el padre de un exmilitar, pero se trata de un padre abnegado, permanentemente cariñoso, con consejos oportunos y siempre disponible para cuando la prota le necesite, cosa totalmente inverosímil al tratarse de un autónomo instalador de calderas y aires acondicionados.
Mientras avanza su gestación, por cierto, aparentemente más leve que la mayoría de mis anginas, la muchacha, que hace lo que quiere y llega a casa a la hora que le da la gana sin que se resientan ni padres ni estudios, hace buenas migas con los padres adoptivos que ha escogido y les hace tantas visitas que se convierten en el centro de la película. Conecta más con el tío que con la tía, pero advierte la vocación maternal de la hembra. El clímax llega cuando el marido decide dejar a su esposa, presumiblemente porque el desparpajo de la protagonista le ha hecho comprender que vivía sometido por las aspiraciones de su mujer. Entonces la prota se decepciona con él y con las relaciones de pareja, pero afortunadamente su disponible padre le explica que el secreto del amor es conformarse y entonces la chica inmediatamente entiende que su pagafantas es el novio perfecto. Son felices, comen perdices y ya solo queda quitarse el parásito de su vientre. Se lo quita y disfruta de su amor que es tan original que primero procrean y luego tienen la relación. Tal cual, literalmente, palabras de la prota.
Sí, esta inconmensurable chorrada es el argumento de la película. A pesar de toda la parafernalia, no deja de ser una convencional comedieta romántica totalmente inverosímil y, lo que es más preocupante, que frivoliza una cuestión tan compleja como el embarazo adolescente. No pretende ser una reflexión, ni una crónica ni una denuncia ni nada parecido, el embarazo no es más que un desmesurado artificio para nada más que dotarle de originalidad al romance. No hay conflictos por ningún lado, todos los personajes son encantadores, comprensivos, tolerantes, una explosión de madurez emocional generalizada en pleno Minnesota.
La película engaña porque se reviste de un pretencioso cascarón que hace presuponer profundidad pero que no es más que una reproducción de los patrones del cine indie. Hoy en día la etiqueta de cine indie ha trascendido la mera cuestión de distribución y se ha consagrado como un verdadero estilo alternativo, que tiende a procurar reflejar la realidad social y cultural con historias más minimalistas que combinan lo costumbrista, lo cómico y lo dramático y en las que los diálogos adquieren una especial relevancia. La historia de Juno se inserta en una estereotipada familia divorciada de clase trabajadora de algún suburbio de un Estado cualquiera de los EE.UU., como Minnesota (no ahorrarse detalles de la crudeza climática o paisajística como en Fargo), en oposición al prototipo clásico hollywoodiense de la familia nuclear de clase media californiana que tan bien caricaturiza American Beauty. Este cambio respecto a los patrones cinematográficos reviste a cualquier historia de verosimilitud, de naturalidad, de realidad. Es importante no ahorrarse detalles embrutecedores como una ridícula madrastra esteticien. La película gira en torno a una chica pizpireta e independiente, cual Winona Ryder de Reality Bites, arrebatadora e ingeniosa, amor ideal del guionista que en su perfección no es más que el vehículo de sus frases más brillantes. Sin duda, resulta refrescante frente al prototipo de diva que no es más que un objeto del deseo del protagonista macho, pero no deja de ser un personaje estereotipado, plano y vacío. No pueden faltar las referencias de cultura pop como películas de terror o cómics al uso de cualquier película de Kevin Smith. Y, por supuesto, la música. La música es el recurso primero del director para crear ambientes y emociones y el abuso del pop indie reviste a la película de una delicadeza y profundidad que no tiene. Una banda sonora protagonizada por Jennifer López, Eminem o Pitbull hubiese generado, sencillamente, otra película. El director no se ahorra planos interminables e innecesarios para lucimiento de la banda sonora, prácticamente pequeños videoclips, que solo disfrutarán los muy entusiastas del género musical. Lo paradójico es que la protagonista se confiesa como intolerante fanática del punk de los setenta, género totalmente inexistente en la banda sonora.
En resumen, se trata de una película absurda, simple, que frivoliza cuestiones graves y que fundamenta su éxito en una mezcla de elementos característicos del cine indie que pueden dar a entender que la historia explica más de lo que verdaderamente explica. Todo estilo genera su manierismo y el desproporcionado éxito de Juno, que no es más que un mero ejemplo de manierismo de cine indie, es una señal de lo maduro que está el estilo en cuestión.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Descomposición y caída del catalanismo político

Hay que reconocerlo, nos tienen bien entretenidos. Hoy han abierto un nuevo acto en este prolijo sainete que desde hace años es la política catalana. Lo han hecho con la sorprendente cabriola que representa un referéndum con dos preguntas condicionadas. "¿Quiere que Cataluña se convierta en un Estado?". Y en caso de que la respuesta sea afirmativa, una segunda cuestión: "¿Quiere que este Estado sea independiente?". Los creadores de tan confuso artificio, al cual tienen la osadía de considerar un logro en claridad, lo están celebrando como un éxito, incluso histórico. Pero su euforia no hace más que esconder las dificultades que han tenido los promotores de eso que han dado a llamar el derecho a decidir en ponerse de acuerdo en eso que quieren decidir.
En realidad, los promotores de este extraño derecho a decidir quieren decidir dos cosas contrapuestas a través de dos preguntas complementarias: por un lado la independencia, o mejor dicho, la secesión de España porque es bien sabido que eso de la independencia no lo disfruta ni la propia España; y por otro, que España se constituya como un estado federal, planteándolo de una forma alambicada de difícil comprensión para un ciudadano medio poco familiarizado con sutilezas constitucionales. Huelga decir que la segunda opción está planteada de forma absurda, porque no cabe duda que eso sólo tendría sentido plantearlo al conjunto de españoles, pero a estas alturas de la función no tiene sentido plantearse los absurdos de todo el proceso, especialmente si tenemos en cuenta que a España para ser federal lo único que le falta es el nombre. La cuestión más relevante es la descomposición manifiesta del catalanismo político que revela lo obtuso de la consulta planteada, a parte del hecho que ya se ha descolgado el mismísimo PSC. Ya no hay un objetivo común y sólo se comparte, con reservas, un procedimiento al que llaman derecho a decidir que tiene las horas contadas: Tan pronto imiten a Ibarretxe llevando su plan a las Cortes para obtener su inequívoca negativa. Entonces nos brindarán el nuevo acto de este inacabable sainete que no hace más que poner a prueba la paciencia de los catalanes.
Así pues, el verdadero proceso político que estamos viviendo – si no padeciendo – los catalanes es el ocaso del catalanismo que ha protagonizado la vida política de la comunidad autónoma. Este catalanismo se ha caracterizado por la exaltación del hecho diferencial catalán – especialmente a través de la lengua, pero también a través de la distorsión de la historia-, la búsqueda permanente de mayores cuotas de autogobierno y la pretensión de homogeneidad dentro del arco político y social catalán, en la medida que quien no lo respaldara era expulsado de la propia catalanidad. Su momento culminante fue el proceso de elaboración del Estatuto del 2006 y, como suele suceder, el momento desde el cual sus propias contradicciones le están abocando a su fin.
El rotundo éxito del catalanismo se materializó en la medida que se convirtió en la única ideología política vigente en Cataluña, entre otros factores, por la inanición ideológica de la izquierda con la caída del muro de Berlín. Al convertirse en hegemónico, si no único, los partidos políticos catalanes han llevado una carrera por no quedar atrás en su catalanismo, hasta llegar al final de la pista: la independencia. Esto ha sucedido a velocidad de relámpago. Hace 10 años se pasó de hablar de competencias a hablar de un nuevo estatuto, de ahí al concierto económico, el estado propio, el derecho a decidir y finalmente la independencia. ¿Qué ha pasado en Cataluña para que se evolucionara tan rápido? Nada, la mera dinámica competitiva entre los partidos. Pero esta ya ha empezado a romperse, el PSC ya se ha descolgado de la dinámica, ICV y Unió empiezan tímidamente a moderar la apuesta, la maximización catalanista ha llevado a posicionamientos binarios simples, o todo o nada.
La siguiente pregunta es por qué empiezan a recular algunos partidos catalanistas. Se podría argumentar que nunca han sido independentistas, sino federalistas, confederalistas, lo que sea. Entonces por qué empiezan a predicarlo ahora, con la de tiempo que han tenido para plantearlo y más aún, por qué tiene que materializarse en eso que llaman el derecho a decidir. También se podría argumentar que empiezan a verle las orejas del lobo a través de algo tan prosaico como las perspectivas electorales. Después de tantos años de carrera catalanista se han exaltado los ánimos, los convencidos se han radicalizado y participan entusiasmados en toda performance catalanista. Pero los descontentos también han empezado a movilizarse, particularmente en torno a un partidito nacido en el 2006 como reacción a la exaltación catalanista. A pesar de su menudencia, indefiniciones y errores, ha subido como la espuma y ya apunta en las encuestas a tercera fuerza política en Cataluña. Es decir, va en camino de aglutinar, de convertirse en la verdadera oposición en Cataluña y a medida que la tensión catalanista ahonde en el hartazgo de los catalanes, sumidos en una larga crisis económica que padecen con graves recortes en servicios públicos, puede llegar a convertirse en alternativa de gobierno solo esperando sentado que pase el cadáver político del catalanismo. Para muchos catalanes puede que llegue a ser refrescante un gobierno de la Generalitat que se limite a gobernar sus no pocas competencias.
Es difícil adivinar el futuro, pero el catalanismo a través de su dichosa consulta está abocado a la frustración y con ello a tensar más la situación y habrá que ver cuántos partidos seguirán en la aventura a partir de ese momento. Hasta qué punto podrán conservar la mayoría en Cataluña con esta estrategia solo podrán dilucidarlo los catalanes. Así pues, efectivamente, serán los catalanes los que decidan el futuro de Cataluña.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Delirios españoles de grandeza

DELIRIOS ESPAÑOLES DE GRANDEZA
Es habitual que los nacionalistas catalanistas perciban agravios comparativos respecto al nacionalismo españolista en las críticas que reciben. Es decir, que los que les criticamos no mostramos la misma intensidad crítica con el nacionalismo españolista. La razón es lógica, los catalanes no nacionalistas tenemos que padecer en una intensidad infinitamente más elevada el nacionalismo catalanista que el españolista. Nacionalismo españolista haberlo, haylo, por supuesto. Pero el de carácter identitario es afortunadamente marginal. Hay que sufrir muy a menudo en la televisión y en los forofos el nacionalismo deportivo, que considera interesante un deporte en la medida que triunfa un deportista que ha tenido la casualidad vital de nacer en España. Pero este nacionalismo, aunque genera vergüenza ajena, es relativamente inocuo y basta con hacer zaping en las noticias deportivas o evitar las conversaciones sobre Formula 1.
Donde sí que es ciertamente perjudicial el nacionalismo español y donde no ha recibido las suficientes críticas, es en los delirios de grandeza que demasiado habitualmente muestran los dirigentes patrios. Tanto los de un color como los de otro sintieron la necesidad de sobredimensionar la relevancia española. El riesgo va más allá de hacer el ridículo en la foto de las Azores o acuñando la afortunadamente extinta Alianza de Civilizaciones, que no es poco. El peligro notorio radica en elaborar estrategias que dimensionan erróneamente el país, su capacidad económica y su influencia y por lo tanto, están abocadas al fracaso.
España es en todos los ámbitos un país mediano. Puede ejercer de mediadora en la esfera europea, latinoamericana y mediterránea, lo cual es una suerte que tiene que aprovechar, pero jamás será una potencia. Pretenderlo ser solo le hace perder capacidad de influencia. La economía española tiene una dimensión mediana, acorde a su población, es puntera en contados sectores y padece serias disfunciones que solo con la crisis se han asumido, que no encarado. ¿Cómo puede ser que un país mediano construya la mayor red de tren de alta velocidad del mundo? ¿No fue un derroche de coste-oportunidad motivado, como poco, por un delirio de grandeza absurdo? A nadie le pareció sospechoso que las grandes empresas españolas, mayormente las recién privatizadas, rivalizaran en la arena internacional como grandes multinacionales. ¿De dónde sacaban el capital? Del dinero barato que ha sido sin duda una causa básica de la actual crisis. Todavía no se ha incidido suficientemente en el hecho de que la actual deuda española es fundamentalmente privada, de las grandes empresas y no únicamente en el sector inmobiliario.
Delirio de grandeza que también se manifiesta en la actitud faraónica de nuestros políticos, incapaces de plantear estrategias que no pasen por las grandes obras al igual que por los grandes eventos, donde la sospecha de populismo grandilocuente se entremezcla con la de favorecer los intereses de las grandes constructoras, a raíz de los sonados casos de corrupción y sobre costes en la obra pública que atenazan a los grandes partidos políticos españoles.
Madrid 2020 no es más que la última muestra de este delirio de grandeza. Habrá a quien le sorprenda que por tercera vez consecutiva le denieguen la organización de los JJ OO a Madrid, pero lo verdaderamente incomprensible es que un país mediano como España, máxime con la crisis económica actual, insista en ello 20 años después de haber organizado unos. Desde luego, no hay precedentes. Por favor, no insistan.
Es difícil dilucidar de dónde proviene semejante delirio. Políticos mediocres instalados en el populismo, sin duda. Nuevo rico que mide mal sus límites, quizá. Complejo histórico que tras una atávica decadencia entiende que su lugar en el mundo es el equivalente al que se llegó a disponer, de aquella manera y en perjuicio de los propios españoles, en la Europa del siglo XVI, puede ser. Sea lo que sea, hay que dimensionar España en su justa medida para evitar disfunciones negativas y optimizar estrategias. Cuando un país mediano, por ejemplo, cuenta con los mejores equipos de fútbol, quizá no habrá que verlo como un motivo de orgullo, sino con la preocupación de que puede ser que tengamos equivocadas las prioridades.

miércoles, 27 de marzo de 2013

La peligrosa vinculación del escrache con el terrorismo

Como es bien sabido, es el tema de moda estos días, las Plataformas de Afectados por la Hipoteca están llevando a cabo una novedosa estrategia de presión, importada de Argentina, que llaman escrache. Comprendo que sea controvertida y genere reservas: Es una novedosa forma de protesta política que llega a los límites de la privacidad y la intimidad individual, en este caso, de los diputados depositarios de la soberanía popular (con escaso acierto por su parte, es importante recordarlo). Se trata de trasladar al ámbito privado de los legisladores las protestas y reclamaciones políticas que se canalizaban hasta el momento a través de las consabidas manifestaciones que ocupan, con nulo éxito, día sí y día también la vía pública.
Es importante reconocerlo, las huelgas y manifestaciones, paradigma reconocido de la protesta democrática, proveniente de las luchas obreras decimonónicas, están más que amortizadas. Son obsoletas como forma de presión, vaya. Su sentido era y es molestar para presionar, debido a la imposibilidad de lograr un mínimo de caso por otros canales. Hoy se ha convertido en parte del ritual democrático y el poder está acostumbrado a ignorarlas hasta el punto de que no tiene reparos en recurrir a ellas para buscar la legitimidad de sus propias reivindicaciones. Cómo olvidar a Artur Mas y los suyos dando toda facilidad logística a sus manifestaciones desde el poder para lograr alardes contables. La disparidad de asistentes a las manifestaciones es una de las consecuencias banales de la degeneración y decadencia de esta forma de protesta.
Las huelgas y manifestaciones, pues, están obsoletas, ya no sirven de nada, no presionan a nadie. Y los escraches de marras no son más que su evolución, un intento de que efectivamente el poder legislativo se sienta presionado, cuanto menos, a nivel personal, diputado a diputado. Es interesante porque vincula directamente al diputado con el pueblo que teóricamente representa y del que tan alejado se encuentra en el cómodo anonimato de las estructuras de su partido. Es decir, en la degeneración democrática en que vivimos, el diputado representa (responde ante) más (incluso únicamente) a su partido que al propio pueblo. Por lo tanto, los escraches son una respuesta al déficit representativo de un sistema teóricamente democrático. Que sean efectivos ya es harina de otro costal. Está por ver y, cuanto menos, de momento lo que están logrando es que se aleje la atención del drama del abusivo y perverso sistema hipotecario español, para que hablemos de la propia práctica de los escraches.
La reacción del Partido Popular (y podríamos decir, no sin sorna, pero probablemente con fundamento, del entorno del Partido Popular) ha sido emprender una perversa pero sobre todo peligrosa campaña mediática de relacionar las Plataformas de Afectados por la Hipoteca con ETA. Sin duda, los miembros de las PAH se deben sentir ofendidos y difamados. Quizá esto del escrache sea ilegal, especialmente en función de como se hayan logrado datos que sean privados y propios de la intimidad del individuo, como puede ser el domicilio de cualquier persona. Pero considerarlo terrorismo está totalmente fuera de lugar.
De hecho, los que principalmente se deberían ofender y preocupar son las verdaderas víctimas de un terrorismo que, en España, recordemos, no ha sido una tontería. En primer lugar, no se puede banalizar los estragos del terrorismo. No es, ni por asomo, lo mismo que ronde tu domicilio un grupo que arma barullo reclamando determinadas medidas legislativas, es decir, que le monten a determinados diputados manis de proximidad, que actos terroristas como amenazas, agresiones, asesinatos... Plantearlo es banalizar el sufrimiento de las verdaderas víctimas del terrorismo. Por otro lado, y aún más peligroso, vincular con el terrorismo las demandas de un colectivo que goza ampliamente de la solidaridad de la sociedad, puede hacer que se relativice la propia maldad del terrorismo, especialmente en un contexto de deslegitimización del actual régimen.
El PP, en su habitual estrategia del avestruz, quizá logre a corto plazo deslegitimizar a las PAH. Pero a costa de banalizar y relativizar el terrorismo y agrandar aún más si cabe el descrédito del actual sistema democrático (hasta el punto de que cada vez me cuesta más referirme al actual régimen como democrático). Sin duda, el PP es una parte primordial del problema político y económico que vivimos, pero tampoco innovaciones como el escrache van a ser la solución. La democracia, el verdadero poder del pueblo, no se basa en la protesta ni en la presión, sino que quien ostenta el poder, realmente represente los intereses de la mayoría. Y eso pasa por construir una alternativa capaz de alzarse con los votos de la mayoría que realmente represente la mayoría.

jueves, 7 de febrero de 2013

EL OCASO DEL RÉGIMEN DE LA II RESTAURACIÓN

El régimen de la II Restauración borbónica que surgió de la Transición está inmerso en una profunda crisis de la que todavía está por dilucidar cómo se saldrá: con parches que le permita mantenerse en esencia o con una profunda transformación que podamos considerar que se ha cambiado de paradigma. El paralelismo con la que protagonizaron Cánovas del Castillo y Sagasta, y que ya podemos llamar I restauración borbónica, son evidentes: una aparencia de democracia entorno a la alternancia entre Conservadores (PP) y Liberales (PSOE) que escondía un sistema oligopólico. Por supuesto, no podemos negar que aquel régimen era mucho más burdo y que el actual, que ha brindado mayores garantías, pluralidad y bienestar, pero la lógica de gestión del poder y la representatividad han sido muy similares.
Sin duda la II Restauración ha estado mejor construida, es indudable que las instituciones son, formalmente, exquisitamente democráticas; pero sobre ellas, como se hizo en la I Restauración, se ha construido un régimen oligopólico, en el que los partidos han sabido controlar todos los mecanismos del Estado de Derecho, con el apoyo de los medios de comunicación que han ejercido su papel de dirección de la opinión pública. De hecho, ha sido la acción combinada de una mayúscula crisis cíclica capitalista que ha desvelado la incompetencia generalizada del régimen y su nula representatividad de los intereses de la ciudadanía, con la pavorosa comprobación de la corrupción generalizada en la que se constata, entre otras cosas, la connivencia entre los poderes fácticos y el poder político, lo que ha producido esta crisis del régimen. Con el tiempo, probablemente, descubriremos si no hay algo más que mera coincidencia entre ambas circunstancias. Tanta concurrencia de bochornosos casos de corrupción generalizada hace sospechar si se debe a brutales guerras políticas en el seno del decadente régimen o desesperadas cortinas de humo para esconder cuestiones esenciales a la opinión pública, como la fiscalidad, la política inmobiliaria o el Estado de bienestar.
La I Restauración soportó mayor inestabilidad, particularmente desde 1898 y ya sabemos como desembocó: primero en la dictadura de Primo de Rivera ante su incapacidad de mantener su orden y finalmente en su total substitución por la oposición que se fue fraguando en sus últimos treinta años: los republicanos.
Afortunadamente, en el contexto actual es impensable una dictadura del estilo de Primo de Rivera, si bien se puede considerar, salvando las distancias, que bien puede ejercer su papel lo que hoy se llama un gobierno tecnocrático. A nadie se le escapa que ésta puede ser una salida del todo posible, sólo hay que ver las barbas del vecino italiano (a las que, de hecho, ya se les echó un vistazo con Primo de Rivera).
En la I Restauración, pues, se requirieron 30 años para que pudiera fraguar la alternativa republicana, independientemente de lo rápido que fue eliminada por las armas, especialmente extranjeras. Actualmente, a penas hay esbozos de una alternativa que pueda construir un régimen diferente, más profundamente democrático. Son innumerables los grupos, colectivos, plataformas contestatarios y con propuestas, pero todavía no se ha articulado una alternativa con aspiración y estrategia para alcanzar el poder y llevar a cabo un programa transformador, definido y viable. Todavía se plantea una actitud de súbdito que aspira a que mediante la protesta sea el propio poder el que voluntariamente cambie. Es preciso, pues, asumir el antiguo adaggio de que nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor. Todo aquel con voluntad de transformación debe entender que hay que aglutinar una alternativa fuerte capaz de disputar el poder. ¿Quién se dispone a ponerle el cascabel al gato?

lunes, 17 de diciembre de 2012

El deber del historiador

Preparándome ingenuamente unas oposiciones que no parecen próximas, me estoy releyendo el estimulante libro de Eric Hobsbawm Sobre la historia ( Ed. Crítica, Barcelona, 2002), donde plantea unas directrices que no sólo son de rabiosa actualidad, sino que demasiado habitualmente mis colegas no se molestan en seguir y que entiendo debería ser de obligado cumplimiento para todo aquel que osase considerarse historiador.
En el primer capítulo del libro, llamado Dentro y fuera de la historia, nos habla del deber del historiador: en particular, somos los encargados de criticar todo abuso que se haga de la historia desde una perspectiva político-ideológica (p. 18). El maestro tiene claro de dónde vienen las amenazas: Porque la historia es la materia prima de la que se nutren las ideologías nacionalistas, étnicas y fundamentalistas, del mismo modo que las adormideras son el elemento que sirve de base a la adicción a la heroína. El pasado es un factor esencial -quizá el factor más esencial- de dichas ideologías. Y cuando no hay uno que resulte adecuado, siempre es posible inventarlo. De hecho, lo más normal es que no exista un pasado que se adecue por completo a las necesidades de tales movimientos, ya que, desde un punto de vista histórico, el fenómeno que pretenden justificar no es antiguo ni eterno, sino totalmente nuevo (p. 17). Hoy día, el mito y la invención son fundamentales para la política de identidad a través de la que numerosos colectivos que se definen a sí mismos de acuerdo con su origen étnico, su religión o las fronteras pasadas o presentes de los estados tratan de lograr una cierta seguridad en un mundo incierto e inestable diciéndose aquello de “somos diferentes y mejores que los demás” (p. 19-20).
El mismo día en que releo estas sabias instrucciones del viejo profesor, la recientemente nombrada Presidente del Parlamento de Cataluña, en su discurso de investidura, había afirmado: Hemos de ser conscientes de que no venimos de la Constitución de 1978, somos herederos de un glorioso pasado. Por respeto al maestro Hobsbawm, fallecido este mismo año, me veo obligado a seguir con su mandato. Tengo el deber moral como licenciado en historia de criticar semejante abuso a mi disciplina. Efectivamente, el poder de la institución que preside la señora de Gispert emana, ni más ni menos, de la Constitución de 1978 y no, ni mucho menos, de la institución medieval de la que se extrajo el nombre en la II República. Además, en todo caso, no gozaría tan añeja institución de un glorioso pasado, sino de un explotador origen: la extracción fiscal (las generalidades) a la plebe, al poble menut, por parte de los estamentos privilegiados centrados en la apropiación de la deuda pública crónica generada por la belicosidad real.
Cumplido mi deber, vuelvo a mis estudios. Otro día podríamos comentar el escalofriante paralelismo fiscal de la Corona de Aragón de la baja edad media con la situación actual. Y no, no hablaremos de expolio fiscal. Territorial, cuanto menos, claro.