Hay que reconocerlo, nos tienen bien
entretenidos. Hoy han abierto un nuevo acto en este prolijo sainete
que desde hace años es la política catalana. Lo han hecho con la
sorprendente cabriola que representa un referéndum con dos preguntas
condicionadas. "¿Quiere que Cataluña se convierta en un
Estado?". Y en caso de que la respuesta sea afirmativa, una
segunda cuestión: "¿Quiere que este Estado sea
independiente?". Los creadores de tan confuso artificio, al
cual tienen la osadía de considerar un logro en claridad, lo están
celebrando como un éxito, incluso histórico. Pero su euforia no
hace más que esconder las dificultades que han tenido los promotores
de eso que han dado a llamar el derecho a decidir en ponerse de
acuerdo en eso que quieren decidir.
En realidad, los promotores de este
extraño derecho a decidir quieren decidir dos cosas contrapuestas a
través de dos preguntas complementarias: por un lado la
independencia, o mejor dicho, la secesión de España porque es bien
sabido que eso de la independencia no lo disfruta ni la propia
España; y por otro, que España se constituya como un estado
federal, planteándolo de una forma alambicada de difícil
comprensión para un ciudadano medio poco familiarizado con sutilezas
constitucionales. Huelga decir que la segunda opción está planteada
de forma absurda, porque no cabe duda que eso sólo tendría sentido
plantearlo al conjunto de españoles, pero a estas alturas de la
función no tiene sentido plantearse los absurdos de todo el proceso,
especialmente si tenemos en cuenta que a España para ser federal lo
único que le falta es el nombre. La cuestión más relevante es la
descomposición manifiesta del catalanismo político que revela lo
obtuso de la consulta planteada, a parte del hecho que ya se ha
descolgado el mismísimo PSC. Ya no hay un objetivo común y sólo se
comparte, con reservas, un procedimiento al que llaman derecho a
decidir que tiene las horas contadas: Tan pronto imiten a Ibarretxe
llevando su plan a las Cortes para obtener su inequívoca negativa.
Entonces nos brindarán el nuevo acto de este inacabable sainete que
no hace más que poner a prueba la paciencia de los catalanes.
Así pues, el verdadero proceso
político que estamos viviendo – si no padeciendo – los catalanes
es el ocaso del catalanismo que ha protagonizado la vida política de
la comunidad autónoma. Este catalanismo se ha caracterizado por la
exaltación del hecho diferencial catalán – especialmente a través
de la lengua, pero también a través de la distorsión de la
historia-, la búsqueda permanente de mayores cuotas de autogobierno
y la pretensión de homogeneidad dentro del arco político y social
catalán, en la medida que quien no lo respaldara era expulsado de la
propia catalanidad. Su momento culminante fue el proceso de
elaboración del Estatuto del 2006 y, como suele suceder, el momento
desde el cual sus propias contradicciones le están abocando a su
fin.
El rotundo éxito del catalanismo se
materializó en la medida que se convirtió en la única ideología
política vigente en Cataluña, entre otros factores, por la
inanición ideológica de la izquierda con la caída del muro de
Berlín. Al convertirse en hegemónico, si no único, los partidos
políticos catalanes han llevado una carrera por no quedar atrás en
su catalanismo, hasta llegar al final de la pista: la independencia.
Esto ha sucedido a velocidad de relámpago. Hace 10 años se pasó de
hablar de competencias a hablar de un nuevo estatuto, de ahí al
concierto económico, el estado propio, el derecho a decidir y
finalmente la independencia. ¿Qué ha pasado en Cataluña para que
se evolucionara tan rápido? Nada, la mera dinámica competitiva
entre los partidos. Pero esta ya ha empezado a romperse, el PSC ya se
ha descolgado de la dinámica, ICV y Unió empiezan tímidamente a
moderar la apuesta, la maximización catalanista ha llevado a
posicionamientos binarios simples, o todo o nada.
La siguiente pregunta es por qué
empiezan a recular algunos partidos catalanistas. Se podría
argumentar que nunca han sido independentistas, sino federalistas,
confederalistas, lo que sea. Entonces por qué empiezan a predicarlo
ahora, con la de tiempo que han tenido para plantearlo y más aún,
por qué tiene que materializarse en eso que llaman el derecho a
decidir. También se podría argumentar que empiezan a verle las
orejas del lobo a través de algo tan prosaico como las perspectivas
electorales. Después de tantos años de carrera catalanista se han
exaltado los ánimos, los convencidos se han radicalizado y
participan entusiasmados en toda performance catalanista. Pero los
descontentos también han empezado a movilizarse, particularmente en
torno a un partidito nacido en el 2006 como reacción a la exaltación
catalanista. A pesar de su menudencia, indefiniciones y errores, ha
subido como la espuma y ya apunta en las encuestas a tercera fuerza
política en Cataluña. Es decir, va en camino de aglutinar, de
convertirse en la verdadera oposición en Cataluña y a medida que la
tensión catalanista ahonde en el hartazgo de los catalanes, sumidos
en una larga crisis económica que padecen con graves recortes en
servicios públicos, puede llegar a convertirse en alternativa de
gobierno solo esperando sentado que pase el cadáver político del
catalanismo. Para muchos catalanes puede que llegue a ser refrescante
un gobierno de la Generalitat que se limite a gobernar sus no pocas
competencias.
Es difícil adivinar el futuro, pero
el catalanismo a través de su dichosa consulta está abocado a la
frustración y con ello a tensar más la situación y habrá que ver
cuántos partidos seguirán en la aventura a partir de ese momento.
Hasta qué punto podrán conservar la mayoría en Cataluña con esta
estrategia solo podrán dilucidarlo los catalanes. Así pues,
efectivamente, serán los catalanes los que decidan el futuro de
Cataluña.
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