domingo, 8 de septiembre de 2013

Delirios españoles de grandeza

DELIRIOS ESPAÑOLES DE GRANDEZA
Es habitual que los nacionalistas catalanistas perciban agravios comparativos respecto al nacionalismo españolista en las críticas que reciben. Es decir, que los que les criticamos no mostramos la misma intensidad crítica con el nacionalismo españolista. La razón es lógica, los catalanes no nacionalistas tenemos que padecer en una intensidad infinitamente más elevada el nacionalismo catalanista que el españolista. Nacionalismo españolista haberlo, haylo, por supuesto. Pero el de carácter identitario es afortunadamente marginal. Hay que sufrir muy a menudo en la televisión y en los forofos el nacionalismo deportivo, que considera interesante un deporte en la medida que triunfa un deportista que ha tenido la casualidad vital de nacer en España. Pero este nacionalismo, aunque genera vergüenza ajena, es relativamente inocuo y basta con hacer zaping en las noticias deportivas o evitar las conversaciones sobre Formula 1.
Donde sí que es ciertamente perjudicial el nacionalismo español y donde no ha recibido las suficientes críticas, es en los delirios de grandeza que demasiado habitualmente muestran los dirigentes patrios. Tanto los de un color como los de otro sintieron la necesidad de sobredimensionar la relevancia española. El riesgo va más allá de hacer el ridículo en la foto de las Azores o acuñando la afortunadamente extinta Alianza de Civilizaciones, que no es poco. El peligro notorio radica en elaborar estrategias que dimensionan erróneamente el país, su capacidad económica y su influencia y por lo tanto, están abocadas al fracaso.
España es en todos los ámbitos un país mediano. Puede ejercer de mediadora en la esfera europea, latinoamericana y mediterránea, lo cual es una suerte que tiene que aprovechar, pero jamás será una potencia. Pretenderlo ser solo le hace perder capacidad de influencia. La economía española tiene una dimensión mediana, acorde a su población, es puntera en contados sectores y padece serias disfunciones que solo con la crisis se han asumido, que no encarado. ¿Cómo puede ser que un país mediano construya la mayor red de tren de alta velocidad del mundo? ¿No fue un derroche de coste-oportunidad motivado, como poco, por un delirio de grandeza absurdo? A nadie le pareció sospechoso que las grandes empresas españolas, mayormente las recién privatizadas, rivalizaran en la arena internacional como grandes multinacionales. ¿De dónde sacaban el capital? Del dinero barato que ha sido sin duda una causa básica de la actual crisis. Todavía no se ha incidido suficientemente en el hecho de que la actual deuda española es fundamentalmente privada, de las grandes empresas y no únicamente en el sector inmobiliario.
Delirio de grandeza que también se manifiesta en la actitud faraónica de nuestros políticos, incapaces de plantear estrategias que no pasen por las grandes obras al igual que por los grandes eventos, donde la sospecha de populismo grandilocuente se entremezcla con la de favorecer los intereses de las grandes constructoras, a raíz de los sonados casos de corrupción y sobre costes en la obra pública que atenazan a los grandes partidos políticos españoles.
Madrid 2020 no es más que la última muestra de este delirio de grandeza. Habrá a quien le sorprenda que por tercera vez consecutiva le denieguen la organización de los JJ OO a Madrid, pero lo verdaderamente incomprensible es que un país mediano como España, máxime con la crisis económica actual, insista en ello 20 años después de haber organizado unos. Desde luego, no hay precedentes. Por favor, no insistan.
Es difícil dilucidar de dónde proviene semejante delirio. Políticos mediocres instalados en el populismo, sin duda. Nuevo rico que mide mal sus límites, quizá. Complejo histórico que tras una atávica decadencia entiende que su lugar en el mundo es el equivalente al que se llegó a disponer, de aquella manera y en perjuicio de los propios españoles, en la Europa del siglo XVI, puede ser. Sea lo que sea, hay que dimensionar España en su justa medida para evitar disfunciones negativas y optimizar estrategias. Cuando un país mediano, por ejemplo, cuenta con los mejores equipos de fútbol, quizá no habrá que verlo como un motivo de orgullo, sino con la preocupación de que puede ser que tengamos equivocadas las prioridades.

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