DELIRIOS ESPAÑOLES DE
GRANDEZA
Es habitual que los
nacionalistas catalanistas perciban agravios comparativos respecto al
nacionalismo españolista en las críticas que reciben. Es decir, que
los que les criticamos no mostramos la misma intensidad crítica con
el nacionalismo españolista. La razón es lógica, los catalanes no
nacionalistas tenemos que padecer en una intensidad infinitamente más
elevada el nacionalismo catalanista que el españolista. Nacionalismo
españolista haberlo, haylo, por supuesto. Pero el de carácter
identitario es afortunadamente marginal. Hay que sufrir muy a menudo
en la televisión y en los forofos el nacionalismo deportivo, que
considera interesante un deporte en la medida que triunfa un
deportista que ha tenido la casualidad vital de nacer en España.
Pero este nacionalismo, aunque genera vergüenza ajena, es
relativamente inocuo y basta con hacer zaping en las noticias
deportivas o evitar las conversaciones sobre Formula 1.
Donde sí que es
ciertamente perjudicial el nacionalismo español y donde no ha
recibido las suficientes críticas, es en los delirios de grandeza
que demasiado habitualmente muestran los dirigentes patrios. Tanto
los de un color como los de otro sintieron la necesidad de
sobredimensionar la relevancia española. El riesgo va más allá de
hacer el ridículo en la foto de las Azores o acuñando la
afortunadamente extinta Alianza de Civilizaciones, que no es
poco. El peligro notorio radica en elaborar estrategias que
dimensionan erróneamente el país, su capacidad económica y su
influencia y por lo tanto, están abocadas al fracaso.
España es en todos los
ámbitos un país mediano. Puede ejercer de mediadora en la esfera
europea, latinoamericana y mediterránea, lo cual es una suerte que
tiene que aprovechar, pero jamás será una potencia. Pretenderlo ser
solo le hace perder capacidad de influencia. La economía española
tiene una dimensión mediana, acorde a su población, es puntera en
contados sectores y padece serias disfunciones que solo con la crisis
se han asumido, que no encarado. ¿Cómo puede ser que un país
mediano construya la mayor red de tren de alta velocidad del mundo?
¿No fue un derroche de coste-oportunidad motivado, como poco, por un
delirio de grandeza absurdo? A nadie le pareció sospechoso que las
grandes empresas españolas, mayormente las recién privatizadas,
rivalizaran en la arena internacional como grandes multinacionales.
¿De dónde sacaban el capital? Del dinero barato que ha sido sin
duda una causa básica de la actual crisis. Todavía no se ha
incidido suficientemente en el hecho de que la actual deuda española
es fundamentalmente privada, de las grandes empresas y no únicamente
en el sector inmobiliario.
Delirio de grandeza que
también se manifiesta en la actitud faraónica de nuestros
políticos, incapaces de plantear estrategias que no pasen por las
grandes obras al igual que por los grandes eventos, donde la sospecha
de populismo grandilocuente se entremezcla con la de favorecer los
intereses de las grandes constructoras, a raíz de los sonados casos
de corrupción y sobre costes en la obra pública que atenazan a los
grandes partidos políticos españoles.
Madrid 2020 no es más
que la última muestra de este delirio de grandeza. Habrá a quien le
sorprenda que por tercera vez consecutiva le denieguen la
organización de los JJ OO a Madrid, pero lo verdaderamente
incomprensible es que un país mediano como España, máxime con la
crisis económica actual, insista en ello 20 años después de haber
organizado unos. Desde luego, no hay precedentes. Por favor, no
insistan.
Es difícil dilucidar de
dónde proviene semejante delirio. Políticos mediocres instalados en
el populismo, sin duda. Nuevo rico que mide mal sus límites, quizá.
Complejo histórico que tras una atávica decadencia entiende que su
lugar en el mundo es el equivalente al que se llegó a disponer, de
aquella manera y en perjuicio de los propios españoles, en la Europa
del siglo XVI, puede ser. Sea lo que sea, hay que dimensionar España
en su justa medida para evitar disfunciones negativas y optimizar
estrategias. Cuando un país mediano, por ejemplo, cuenta con los
mejores equipos de fútbol, quizá no habrá que verlo como un motivo
de orgullo, sino con la preocupación de que puede ser que tengamos
equivocadas las prioridades.