Piénsese un momento en la gradación siguiente. El niño juega con una seriedad perfecta y, podemos decirlo con pleno derecho, santa. Pero juega y sabe que juega. El deportista juega también con apasionada seriedad, entregado totalmente y con el coraje del entusiasmo. Pero juega y sabe que juega. El actor se entrega a su representación, al papel que desempeña o juega. Sin embargo, "juega" y sabe que juega. El violinista siente una emoción sagrada, vive un mundo más allá y por encima del habitual y, sim embargo, sabe que está ejecutando o, como se dice en muchos idiomas, "jugando". El carácter lúdico puede ser propio de la actividad más sublime. ¿No podríamos seguir hasta la acción cultual y afirmar que el sacerdote sacrificador, al practicar su rito, sigue siendo un jugador? Si se admite para una sola religión, se admite para todas. Los conceptos de rito, magia, liturgia, sacramento y misterio entrarían, entonces, en el campo del concepto de "juego".
Johan Huizinga: Homo ludens. Madrid, Alianza Editorial, 2010. Pag. 33-34.
domingo, 15 de julio de 2012
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