Vivimos tiempos de involución que van más allá de una mera crisis cíclica del capitalismo internacional. La actual crisis no es más que el último pretexto para volver a la sociedad liberal de la segunda mitad del siglo XIX. Hay un proceso incuestionable de aumento de la desigualdad, liquidación del Estado de Bienestar y eliminación de capacidad de respuesta de los trabajadores. El panorama es muy negro y debemos no sólo asumirlo sino tomar cartas en el asunto.
Este proceso no se está llevando a cabo por la fuerza de las armas sino desde el poder político establecido democráticamente, es decir, aupado con los votos de los ciudadanos. Por lo tanto, el responsable último de la situación somos todos, que por simple incomparecencia irresponsable estamos permitiendo que el lucro de unos pocos se imponga por encima del bienestar del resto.
La Democracia no es un hecho consumado, no se limita a unas instituciones constituidas, sino que es un bello ideal que se debe forjar con la responsable participación de la gente en la cosa pública. En el momento que convenimos que la política era una actividad para mediocres trepas que vivían de los cargos, trazamos el camino para que efectivamente los políticos no se representaran más que a sí mismos. El PSOE se está llevando un merecidísimo hundimiento porque se dejó - y se le dejó- convertirse en una mera agencia de colocación más accesible a los poderes fácticos que a los intereses de la mayoría. Éste era, quizá, un paso necesario. Pero es urgente que las cenizas de partidos políticos fracasados sean substituídas por otros instrumentos de representación que ejerzan más efectivamente de canales de participación y representación de la ciudadanía en las cosas públicas.
Esto no se va a hacer por generación espontánea. Requiere el esfuerzo y el talento de muchas personas. Como decía aquel viejo himno, nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor. De nuestra capacidad de respuesta depende el camino que se trace. Porque si nos conformamos con dejarles al PP y CiU las riendas nos tendremos que atener a las consecuencias.
Es la hora, por lo tanto, de aglutinar en torno a unos principios básicos, fundamentales: Refuerzo del Estado de Bienestar, efectiva progresividad tributaria, recuperación del tejido productivo, limitación de la economía especulativa. Nada utópico, nada irrealizable, nada de maximalismos. Un verdadero proyecto de gobierno.
Es el momento de aunar talentos para un proyecto común. Es el momento de dar un paso adelante para aquellos médicos comprometidos con la sanidad pública, para aquellos profesores que aspiren a una sociedad culta, para aquellos inspectores de hacienda que quieren combatir la evasión fiscal, aquellos emprendedores que aspiran a crear valor añadido más allá de meramente enriquecerse. Es la hora, en definitiva, de que los ciudadanos demos verdadero sentido a la democracia. Sino, nos mereceremos nuestra condición de súbditos.
sábado, 27 de octubre de 2012
sábado, 13 de octubre de 2012
Motivos para el orgullo
Hace mucho tiempo ya traté este tema, pero mi querido ministro Wert y tantos otros muchos me inspiran para insistir: Es absurdo estar orgulloso de un hecho casual del que uno no ha tenido responsabilidad, como es el hecho de haber nacido en un lugar adscrito a determinadas unidades administrativas. Sólo es razonable estar orgulloso de algún logro conseguido con el esfuerzo, talento y tesón aportado por uno mismo (ese es el orgullo que hay que inculcar a los chavales, por cierto). Por ejemplo, parece lógico que Steve Jobs estuviese orgulloso del éxito de su empresa, mientras que alguien al que le haya tocado la lotería, lo razonable es que esté contento, y mucho, pero no orgulloso. De la suerte cabe estar contento, satisfecho, pero no orgulloso.
Así pues, la casualidad de haber nacido en España hay que valorarla con las múltiples opciones que nos brinda el ancho mundo. Si nos ponemos a comparar, podía haber tenido mucha peor suerte. Podía haber nacido en lugares terribles y muy desafortunados como Somalia, Afganistán, Haití... Así que cabe sentirse, como poco, aliviado de ser español, podía haber sido mucho peor. Desde luego, también podría haber sido mejor, podía haber tenido más suerte y nacer francés, australiano o noruego. Pero no nos engañemos, estadísticamente había más posibilidades de nacer en un sitio peor.
También es verdad que alguien, como ciudadano activo, puede involucrarse con los logros alcanzados por su comunidad política y sentir legítimo orgullo por ellos al haberlos apoyado. Así, por ejemplo, parece bastante razonable que se pudiera estar orgulloso de que España, con bastante naturalidad y sin a penas traumas, ampliase el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, a pesar de la combativa oposición de la iglesia católica, extendiendo, así, las esferas de libertad. Desgraciadamente, es un hecho bastante excepcional. Normalmente, las comunidades políticas de las que formo parte (por el momento, el municipio de L'Hospitalet de Llobregat, Cataluña, España y la Unión Europea) no dan demasiados motivos de orgullo, sino, más bien al contrario, de vergüenza.
Voy a exponer algún motivo de vergüenza para cada una de mis comunidades políticas: En L'Hospitalet de Llobregat, una población tradicionalmente acogedora, conformada por el aluvión que genera la cercanía de una ciudad como Barcelona, se está extendiendo un sentimiento xenófobo y una tendencia a diferenciar por comunidades, no sé si considerarlas étnicas. En Cataluña, por su parte, un gobierno especialmente reaccionario, incompetente y corrupto procura manipular a la gente con una burda cortina de humo que desvie la atención de su nefasta gestión y le permita alcanzar una cómoda mayoría absoluta. En España, en general, estamos dirigidos por una clase política incompetente, vendida, mentirosa compulsiva y que no se molesta ni en disimular una mínima preocupación por representar los intereses de la inmensa mayoría de la ciudadanía. Por su parte, la Unión Europea es incapaz de avanzar en el proceso de integración, bloqueada por intereses nacionales y se ha convertido en una especie de protectorado de los países del norte que sacan ventajas financieras a costa de los países del sur.
La conclusión parece obvia: estaría orgulloso de formar parte de estas comunidades políticas si L'Hospitalet fuese un ejemplo sin mácula de fraternidad, en Cataluña los electores castigaran a los populistas patrioteros, los políticos españoles, en general, fuesen lo más ilustrado e íntegro de una sociedad a la que verdaderamente representaran y la Unión Europea se dirigiese sin vacilaciones hacia una integración política que tuviera el Estado como Bienestar como guía. Eso sí serían motivos de orgullo. Pero vamos, tampoco para emocionarse como para ir sacando banderas de paseo.
Así pues, la casualidad de haber nacido en España hay que valorarla con las múltiples opciones que nos brinda el ancho mundo. Si nos ponemos a comparar, podía haber tenido mucha peor suerte. Podía haber nacido en lugares terribles y muy desafortunados como Somalia, Afganistán, Haití... Así que cabe sentirse, como poco, aliviado de ser español, podía haber sido mucho peor. Desde luego, también podría haber sido mejor, podía haber tenido más suerte y nacer francés, australiano o noruego. Pero no nos engañemos, estadísticamente había más posibilidades de nacer en un sitio peor.
También es verdad que alguien, como ciudadano activo, puede involucrarse con los logros alcanzados por su comunidad política y sentir legítimo orgullo por ellos al haberlos apoyado. Así, por ejemplo, parece bastante razonable que se pudiera estar orgulloso de que España, con bastante naturalidad y sin a penas traumas, ampliase el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, a pesar de la combativa oposición de la iglesia católica, extendiendo, así, las esferas de libertad. Desgraciadamente, es un hecho bastante excepcional. Normalmente, las comunidades políticas de las que formo parte (por el momento, el municipio de L'Hospitalet de Llobregat, Cataluña, España y la Unión Europea) no dan demasiados motivos de orgullo, sino, más bien al contrario, de vergüenza.
Voy a exponer algún motivo de vergüenza para cada una de mis comunidades políticas: En L'Hospitalet de Llobregat, una población tradicionalmente acogedora, conformada por el aluvión que genera la cercanía de una ciudad como Barcelona, se está extendiendo un sentimiento xenófobo y una tendencia a diferenciar por comunidades, no sé si considerarlas étnicas. En Cataluña, por su parte, un gobierno especialmente reaccionario, incompetente y corrupto procura manipular a la gente con una burda cortina de humo que desvie la atención de su nefasta gestión y le permita alcanzar una cómoda mayoría absoluta. En España, en general, estamos dirigidos por una clase política incompetente, vendida, mentirosa compulsiva y que no se molesta ni en disimular una mínima preocupación por representar los intereses de la inmensa mayoría de la ciudadanía. Por su parte, la Unión Europea es incapaz de avanzar en el proceso de integración, bloqueada por intereses nacionales y se ha convertido en una especie de protectorado de los países del norte que sacan ventajas financieras a costa de los países del sur.
La conclusión parece obvia: estaría orgulloso de formar parte de estas comunidades políticas si L'Hospitalet fuese un ejemplo sin mácula de fraternidad, en Cataluña los electores castigaran a los populistas patrioteros, los políticos españoles, en general, fuesen lo más ilustrado e íntegro de una sociedad a la que verdaderamente representaran y la Unión Europea se dirigiese sin vacilaciones hacia una integración política que tuviera el Estado como Bienestar como guía. Eso sí serían motivos de orgullo. Pero vamos, tampoco para emocionarse como para ir sacando banderas de paseo.
miércoles, 10 de octubre de 2012
Ciencias sociales sin sentimientos, por favor
Me congratula como historiador y como aspirante a docente, la nueva polémica que nos brindan nuestros estimados representantes políticos. Parece ser que José Ignacio Wert, con la fineza y profundidad de pensamiento que caracteriza a los ministros de educación y cultura de este país, ha afirmado en las Cortes que el interés del Gobierno es "españolizar a los alumnos catalanes" con el fin de que "se sientan tan orgullosos de ser españoles como catalanes". Y ha recalcado "la deriva que ha tomado parte del sistema educativo en Cataluña
facilitando que se produzca un ocultamiento o una minimización de los
elementos comunes, particularmente los históricos, que configuran la
historia de Cataluña dentro de España". Como no podía ser de otra forma, han surgido, por lo visto, infinidad de voces indignadas: así la consellera Rigau ha negado que la escuela catalana adoctrine a sus alumnos en ningún tipo de nacionalismo e incluso Joan Herrera se ha descolgado calificando las palabras de Wert de "salvajada" y de "lenguaje de otras épocas".
Parece una obviedad que una educación democrática se ha de fundamentar en el conocimiento científico y ha de aspirar promover ciudadanos críticos y autónomos. Es decir, no pretender inculcar sentimientos ni manipular la realidad para ello. ¡Ay! ¡Ingenuos de nosotros! Una de las lecciones que me impartió mi profesor del CAP fue que la pervivencia de la Historia en los currículos académicos no se debe a la sensibilidad por la reflexión histórica de nuestros dirigentes, sino por su utilidad para generar adscripciones identitarias que involucren a las masas con el poder político. Así que pedir a los politicastros que dejen la Historia a los que sí tenemos licencia para tratarla es un ejercicio de melancolía improductivo.
Los dirigentes catalanes se han puesto exquisitos ante el ministro negando la mayor. Quizá no se han leído los decretos de la Generalitat al respecto. Yo, desgraciadamente, sí, bastante. Y como el ministro Wert, también le dan bastante a eso de la identidad. Como muestra parece relevante. Así, en el decreto 143/2007 del 26 de junio, donde se establece la ordenación de las enseñanzas de la educación secundaria obligatoria (Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya, núm. 4915, de 29 de junio de 2007), se nos dicen cosas como les Ciències socials, geografia i història han de facilitar el desenvolupament de la consciència ciutadana de l'alumnat. Aquesta consciència els ha de permetre donar sentit a les relacions entre el passat, el present i el futur, i a la seva identitat territorial i cultural. O cosas como l'estudi de les diverses realitats socials del present i del passat hauria de conduir l'alumnat a [...] construir el sentiment de pertinença i la seva identitat social, política i cultural.
Sí, un lenguaje más alambicado y sutil que el del burdo ministro Wert. Resultaba mucho más claro el Decreto 179/2002, de 25 de junio, ( Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya, núm. 3670, de 4 de julio de 2002) en el que se exponía sin tantos remilgos que l’estudi del passat ajuda a entendre el present i a conèixer i contextualitzar les arrels culturals del país, amb la qual cosa es contribueix al procés de cohesió social i d’arrelament nacional. S’entén també que tant la geografia com la història van adreçades a unes persones que són els joves i les joves ciutadans/nes d’una nació (Catalunya) emmarcades en un estat (Espanya), en una identitat genèrica (cristiano-occidental i mediterrània) dins d’un món on s’articulen d’altres cosmovisions i identitats. És per això que les característiques plurals i diverses de la nació catalana, també la seva geografia i la seva història, han de vertebrar en bona part la configuració dels continguts de l’àrea com a expressió de la identitat pròpia dins d’Espanya. Així mateix, des d’aquesta àrea, s’ha de fomentar el coneixement i respecte per les altres identitats i cultures diferents a la pròpia, i concebre-les com una font d’enriquiment personal i col·lectiu, entre moltes altres raons perquè en molts casos són elles mateixes elements històrics que han contribuït i contribueixen a la definició actual de Catalunya.
No cabe duda que la educación catalana, especialmente en eso que llaman ciencias sociales, adolece de lo que denuncia el impresentable de Wert, a buenas horas se dan cuenta, pero la solución no puede ser contrarrestarla con más de lo mismo pero en otro sentido, sino eliminar toda pretensión de inculcar sentimientos a través de la educación. Resulta, más que paradójico, revelador que no se den cuenta de ello los que acusan a la Educación para la Ciudadanía de ser un instrumento de inculcación de ideología. Asco de politicastros.
Parece una obviedad que una educación democrática se ha de fundamentar en el conocimiento científico y ha de aspirar promover ciudadanos críticos y autónomos. Es decir, no pretender inculcar sentimientos ni manipular la realidad para ello. ¡Ay! ¡Ingenuos de nosotros! Una de las lecciones que me impartió mi profesor del CAP fue que la pervivencia de la Historia en los currículos académicos no se debe a la sensibilidad por la reflexión histórica de nuestros dirigentes, sino por su utilidad para generar adscripciones identitarias que involucren a las masas con el poder político. Así que pedir a los politicastros que dejen la Historia a los que sí tenemos licencia para tratarla es un ejercicio de melancolía improductivo.
Los dirigentes catalanes se han puesto exquisitos ante el ministro negando la mayor. Quizá no se han leído los decretos de la Generalitat al respecto. Yo, desgraciadamente, sí, bastante. Y como el ministro Wert, también le dan bastante a eso de la identidad. Como muestra parece relevante. Así, en el decreto 143/2007 del 26 de junio, donde se establece la ordenación de las enseñanzas de la educación secundaria obligatoria (Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya, núm. 4915, de 29 de junio de 2007), se nos dicen cosas como les Ciències socials, geografia i història han de facilitar el desenvolupament de la consciència ciutadana de l'alumnat. Aquesta consciència els ha de permetre donar sentit a les relacions entre el passat, el present i el futur, i a la seva identitat territorial i cultural. O cosas como l'estudi de les diverses realitats socials del present i del passat hauria de conduir l'alumnat a [...] construir el sentiment de pertinença i la seva identitat social, política i cultural.
Sí, un lenguaje más alambicado y sutil que el del burdo ministro Wert. Resultaba mucho más claro el Decreto 179/2002, de 25 de junio, ( Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya, núm. 3670, de 4 de julio de 2002) en el que se exponía sin tantos remilgos que l’estudi del passat ajuda a entendre el present i a conèixer i contextualitzar les arrels culturals del país, amb la qual cosa es contribueix al procés de cohesió social i d’arrelament nacional. S’entén també que tant la geografia com la història van adreçades a unes persones que són els joves i les joves ciutadans/nes d’una nació (Catalunya) emmarcades en un estat (Espanya), en una identitat genèrica (cristiano-occidental i mediterrània) dins d’un món on s’articulen d’altres cosmovisions i identitats. És per això que les característiques plurals i diverses de la nació catalana, també la seva geografia i la seva història, han de vertebrar en bona part la configuració dels continguts de l’àrea com a expressió de la identitat pròpia dins d’Espanya. Així mateix, des d’aquesta àrea, s’ha de fomentar el coneixement i respecte per les altres identitats i cultures diferents a la pròpia, i concebre-les com una font d’enriquiment personal i col·lectiu, entre moltes altres raons perquè en molts casos són elles mateixes elements històrics que han contribuït i contribueixen a la definició actual de Catalunya.
No cabe duda que la educación catalana, especialmente en eso que llaman ciencias sociales, adolece de lo que denuncia el impresentable de Wert, a buenas horas se dan cuenta, pero la solución no puede ser contrarrestarla con más de lo mismo pero en otro sentido, sino eliminar toda pretensión de inculcar sentimientos a través de la educación. Resulta, más que paradójico, revelador que no se den cuenta de ello los que acusan a la Educación para la Ciudadanía de ser un instrumento de inculcación de ideología. Asco de politicastros.
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