Hace mucho tiempo ya traté este tema, pero mi querido ministro Wert y tantos otros muchos me inspiran para insistir: Es absurdo estar orgulloso de un hecho casual del que uno no ha tenido responsabilidad, como es el hecho de haber nacido en un lugar adscrito a determinadas unidades administrativas. Sólo es razonable estar orgulloso de algún logro conseguido con el esfuerzo, talento y tesón aportado por uno mismo (ese es el orgullo que hay que inculcar a los chavales, por cierto). Por ejemplo, parece lógico que Steve Jobs estuviese orgulloso del éxito de su empresa, mientras que alguien al que le haya tocado la lotería, lo razonable es que esté contento, y mucho, pero no orgulloso. De la suerte cabe estar contento, satisfecho, pero no orgulloso.
Así pues, la casualidad de haber nacido en España hay que valorarla con las múltiples opciones que nos brinda el ancho mundo. Si nos ponemos a comparar, podía haber tenido mucha peor suerte. Podía haber nacido en lugares terribles y muy desafortunados como Somalia, Afganistán, Haití... Así que cabe sentirse, como poco, aliviado de ser español, podía haber sido mucho peor. Desde luego, también podría haber sido mejor, podía haber tenido más suerte y nacer francés, australiano o noruego. Pero no nos engañemos, estadísticamente había más posibilidades de nacer en un sitio peor.
También es verdad que alguien, como ciudadano activo, puede involucrarse con los logros alcanzados por su comunidad política y sentir legítimo orgullo por ellos al haberlos apoyado. Así, por ejemplo, parece bastante razonable que se pudiera estar orgulloso de que España, con bastante naturalidad y sin a penas traumas, ampliase el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, a pesar de la combativa oposición de la iglesia católica, extendiendo, así, las esferas de libertad. Desgraciadamente, es un hecho bastante excepcional. Normalmente, las comunidades políticas de las que formo parte (por el momento, el municipio de L'Hospitalet de Llobregat, Cataluña, España y la Unión Europea) no dan demasiados motivos de orgullo, sino, más bien al contrario, de vergüenza.
Voy a exponer algún motivo de vergüenza para cada una de mis comunidades políticas: En L'Hospitalet de Llobregat, una población tradicionalmente acogedora, conformada por el aluvión que genera la cercanía de una ciudad como Barcelona, se está extendiendo un sentimiento xenófobo y una tendencia a diferenciar por comunidades, no sé si considerarlas étnicas. En Cataluña, por su parte, un gobierno especialmente reaccionario, incompetente y corrupto procura manipular a la gente con una burda cortina de humo que desvie la atención de su nefasta gestión y le permita alcanzar una cómoda mayoría absoluta. En España, en general, estamos dirigidos por una clase política incompetente, vendida, mentirosa compulsiva y que no se molesta ni en disimular una mínima preocupación por representar los intereses de la inmensa mayoría de la ciudadanía. Por su parte, la Unión Europea es incapaz de avanzar en el proceso de integración, bloqueada por intereses nacionales y se ha convertido en una especie de protectorado de los países del norte que sacan ventajas financieras a costa de los países del sur.
La conclusión parece obvia: estaría orgulloso de formar parte de estas comunidades políticas si L'Hospitalet fuese un ejemplo sin mácula de fraternidad, en Cataluña los electores castigaran a los populistas patrioteros, los políticos españoles, en general, fuesen lo más ilustrado e íntegro de una sociedad a la que verdaderamente representaran y la Unión Europea se dirigiese sin vacilaciones hacia una integración política que tuviera el Estado como Bienestar como guía. Eso sí serían motivos de orgullo. Pero vamos, tampoco para emocionarse como para ir sacando banderas de paseo.
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