Israel tiene prometida para esta temporada una "guerra hasta el final" contra Hamás. Las palabras ya son terroríficas y enigmáticas de por sí, si no fuera que recuerdan a aquellas espeluznantes de "la solución final". En realidad, nada nuevo en una dinámica de leña al mono que tiene la habilidad de superarse, a pesar de partir de niveles ya de por sí muy elevados, orientada por una estrategia demasiado arraigada en Israel de anulación de los palestinos.
Los extremos siempre están encantados de conocerse en un contexto de conflicto. Los defensores de las posturas más beligerantes israelíes cuentan con una impagable justificación con Hamás, hegemónica en estos momentos en Gaza. Sin duda, fuerza fundamentalista y agresiva, pero a niveles comparables de las organizaciones ortodoxas que tienen condicionada la Kneset, de hecho, de una forma que recuerda a nuestros particulares nacionalistas. En este caso, las diferencias de fuerza son básicas. El Estado de Israel tiene el dudoso honor de ser una de las pocas potencias coloniales, junto al Reino de Marruecos, de nuestro tiempo. Porque frente a frivolidades ofensivas de nacionalistas fanatizados, colonización implica el control de un territorio por parte de un Estado que no aplica un estatus jurídico de ciudadano a sus habitantes, negando, de esta forma, a estas personas el derecho de ciudadanía. Les sucede a los saharauis y a los palestinos (no, desde luego, a catalanes o vascos, que cuentan con la misma ciudadanía que manchegos o murcianos, o los tibetanos respecto a pekineses y cantoneses) una suerte que les convierte en meros accidentes del paisaje, molestos para jardineros que los consideran mala hierba en su césped puro de esencias patrias.
El famoso y desdichado conflicto palestino-israelí es de imposible solución desde los parámetros en los que se articula: La existencia de dos Estados diferentes de enrevesada articulación, en territorios reivindicados por los planteamientos más maximalistas de cada nacionalismo. La enconada y dramática situación, este callejón sin salida, al menos sin apocalípticas guerras finales, es la consecuencia de la irresponsable decisión de crear en el ya lejano 1948 dos Estados diferenciados, partiendo de posturas etnicistas, siguiendo el planteamiento del Presidente Wilson tras la I Guerra Mundial, que tanto sufrimiento ha generado, no sólo en esas tierras. Mucho más ecuánime, dónde va a ir a parar, crear un Estado laico viable para todas las comunidades que reivindicaban el mismo espacio, en el que la religión sea una mera decisión personal. Como siempre, las identidades colectivas sólo sirven para crear sufrimientos colectivos.
martes, 30 de diciembre de 2008
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