viernes, 13 de noviembre de 2009

Celebrando la caída de un muro

Esta semana ha estado marcada por la celebración del vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín. Ciertamente es un hito conmovedor porque fue propiciado por el pueblo anónimo deseoso de acabar con una barrera levantada contra él. La caída del muro simbolizó, a su vez, el final del régimen soviético, si bien su fracaso lo evidenció, precisamente, la necesidad de construir un muro para evitar la huida de la gente de lo que debía ser la patria de los trabajadores, el paraíso del hombre libre. Finalmente, el sueño bolchevique se demostró que se había convertido en una pesadilla de represión y carencias. La gran lección tendría que haber sido que el socialismo no tiene sentido sin democracia, que no se puede separar el binomio igualdad y libertad y que el colectivo, en definitiva, ha de estar para el bien de todos y cada uno de sus miembros, es decir, aspirar a la igualdad de oportunidades para que todos podamos ejercer nuestra libertad individual.

La izquierda en estos últimos años no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. La socialdemocracia hegemónica no ha sabido dar respuesta a los retos del presente, timorata ante la ley del mercado y satisfecha gozando de las estructuras de poder. Por otro lado, esta semana hemos podido ver en su esplendor a los representantes del PCE, alma mater de IU, aferrados a un pasado poco edificante, incapaces de elaborar un nuevo discurso, tibios ante el autoritarismo e incluso, en algunos casos, condescendientes con el fascismo abertzale.

Mientras tanto, otros muros igual de ignominiosos se yerguen en el mundo. La BBC los ha recopilado para este vigésimo aniversario. Mucho se ha de trabajar para que no haya más muros lamentables. Por su lado, otros lunáticos sueñan con establecer nuevas barreras y preparan consultas ilegales para levantar nuevas fronteras que dividan a los ciudadanos. Triste ironía, mientras unos ciudadanos europeos celebran la caída de un muro que partió su país durante décadas, otros trabajan para dividir el suyo, con la complacencia de una clase política que no ve más allá de su inmediato beneficio.

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