jueves, 14 de enero de 2010
PREDICADORES QUE SEÑALAN CON EL DEDO
En tiempos de crisis se tiende a canalizar la frustración hacia algún colectivo que pueda ejercer de chivo expiatorio. En la crisis de la baja edad media se responsabilizó a los judíos de catástrofes que asolaban a la población como la peste negra, basándose por ejemplo en infundadas sospechas de que se dedicaban a emponzoñar fuentes. Quizá no se fijaron en el inestimable detalle de que los bubones también afectaban a la estirpe de David, pero tampoco podemos olvidar que había una legión de predicadores que se dedicaban a encrespar los ánimos señalándoles con el dedo, como ese santo varón conocido como "Sant Vicent el del ditet", que parece ser disponía de un apéndice con capacidades milagrosas.
Actualmente se ha cambiado la cabeza de turco, no sé si por el hecho de que ya se limpió Europa de sangre judía. Pero conservamos predicadores, más o menos laicos, configurados en políticos, que se dedican a encrespar los ánimos señalando esta vez a un colectivo que venimos a llamar de inmigrantes, pero que realmente se trata de extranjeros pobres, preferiblemente de raza exótica o religión no cristiana, especialmente islámica. ¿Cuáles serán sus motivaciones? ¿Miedo al diferente? ¿Desprecio al pobre? ¿Oportunismo político? La cuestión es que no desemboque este ambiente en episodios de violencia como la oleada de matanzas antisemitas de 1391 o los más próximos episodios de El Ejido o del sur de Italia.
Lógicamente, no se les acusa de emponzoñar las aguas, ni tan siquiera se les señala con el dedo por poner bombas, a pesar de que bien es cierto que los hay que han perpetrado semejante barbaridad, sino por algo tan injusto como que representan una competencia por los servicios sociales. Las evidentes limitaciones de los servicios públicos no son responsabilidad de los extranjeros pobres, sino del desdén de una clase política que manifiesta mucho más entusiasmo dedicándose a cuestiones triviales como por ejemplo la implantación de veguerías o el doblaje del cine de Hollywood en vez de atender cuestiones mucho más urgentes e importantes como la destrucción de empleo o el acceso a los servicios sociales.
En vez de alimentar el odio deberíamos respetar a los inmigrantes y darles su merecido reconocimiento. No son solamente la viva imagen de las flagrantes desigualdades globales y un ejemplo de valentía a la hora de mejorar, sino que, por encima de todo, son una valiosísima aportación de gente mayoritariamente emprendedora y trabajadora, dispuesta a puestos denostados y explotada en muchos casos sin compasión que, al final de cuentas, significan un aporte demográfico vital para la envejecida Europa. Por supuesto, hay que exigirles el respeto a la ley como a todo hijo de vecino, aunque en las cuestiones más críticas, como el hacinamiento o el trabajo sumergido los principales responsables son los que lo permiten y se benefician de ello.
El futuro, sin duda, se construirá con ellos y más vale no hacerlo con barreras de incomprensión y estigmatización. No sigamos el ejemplo negativo de Francia, el de la racaille quemando coches en el extrarradio. La inmigración hay que tomarla como positiva, una aportación con sus complicaciones pero que enriquecerá nuestro acervo y que tal vez nos permita superar esas dos Españas que embisten cuanto ignoran. Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Que no se apliquen estas palabras de Machado.
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