El ser humano es mayormente estúpido: tenemos tendencia al maniqueismo, incluso aún más, al partidismo. Necesitamos en los conflictos distinguir entre buenos y malos y en muchas ocasiones están protagonizados por idiotas de diferente índole. Sin duda hay excepciones, es lo que pienso en casos como la Guatemala de la segunda mitad del siglo XX, pero en demasiadas ocasiones las adhesiones inquebrantables a las que somos tan propicios sólo pueden ser una muestra de imprudencia, de simplificación contraproducente que nos evita comprender la complejidad de estos conflictos.
Esta gratuita reflexión viene a colación de la reciente salvajada perpetrada por el Estado de Israel. Está en todos los medios, su armada ha decidido atacar una flotilla que transportaba ayuda humanitaria a Gaza y han muerto al menos 10 personas, a parte de unos sesenta heridos. El gobierno israelí podrá alegar lo que le dé la gana, pero la desproporción de la reacción es notoria. Los de Hamás serán unos integristas, pero eso no quita que el gobierno de Tel Aviv también pueda serlo y ambos tienen la misma legitimidad democrática. Hasta que no se quiten unos y otros de la mollera maximalismos identitarios no serán libres ni los unos ni los otros. Ellos mismos.
lunes, 31 de mayo de 2010
viernes, 14 de mayo de 2010
La dolorosa escenificación de un fracaso
El plan de recortes del gobierno es la certificación del fracaso de Zapatero como Presidente. El ejecutivo socialista había fundamentado su política respecto a la crisis en no recortar el gasto social. Llevaba tiempo haciendo bandera de esta postura, pero como tantas otras promesas que nos había hecho, ha sido incapaz de cumplirlo. Ha sido, sin lugar a dudas, uno de sus mayores incumplimientos, si no el que más. Después de ésta, es difícil que Zapatero pretenda conservar algo de credibilidad, si es que le quedaba. Es evidente que ya no puede prometer nada más a los españoles. Su gobierno, especialmente en materia económica, pero también en política territorial, ha sido pasivo, se ha caracterizado desde el principio en dejar pasar las cosas, con lo cual ha logrado que le sobrepasen. Esta actitud la ha arrastrado desde el principio de su mandato, en plena bonanza económica, donde todo el mundo advertía el riesgo de que explotase la burbuja inmobiliaria, por no hablar del dichoso Estatut.
El PSOE se presentó a las elecciones predicando el cambio de modelo productivo, pero prefirió vivir de las rentas, temeroso de cargarse la gallina de los huevos de oro de la que vivía tanta gente, los ayuntamientos los primeros, pero sin olvidar constructores, promotores, entidades financieras e, incluso, propietarios que contemplaban alegremente el espejismo de la subida descomunal del precio de la vivienda. Ha fundamentado su política en el populismo, ha ido ofreciendo partidas de gasto alegremente, a menudo de forma sensacionalista, sacándose de la manga, incluso en medio de debates parlamentarios, ayudas económicas como el famoso cheque-bebé que, como hemos visto, de la misma forma que vinieron, se han esfumado. Luego vimos como negaba la crisis, y cuando la evidencia le estalló en la cara, su respuesta se fundamentó en atrincherarse en la mera espera de que el ciclo económico virara, política, o su falta de ella, que como hemos visto, le ha vuelto a estallar ante sus narices.
Lo peor de todo es que por el camino ha ido dilapidando el superávit del Estado para gastarlo en meros pero caros paños calientes o en políticas populistas que finalmente, se han constatado inútiles y nos han generado un peligroso déficit que ahora los españoles, unos más que otros, vamos a tener que pagar. Mientras tanto, ha sido incapaz de cambiar el modelo productivo, de modificar la legislación para favorecer la economía productiva, de garantizar esa liquidez que tantos autónomos y pequeños empresarios han necesitado y al final ha tenido que claudicar ante lo que ha intentado evitar desde el principio: realizar traumáticos recortes. Ahora sin lugar a dudas imprescindibles (y la que nos espera), pero con un gobierno con proyecto político, desde luego, estaríamos ante otro escenario.
Y, finalmente, las cosas como son, a la hora de realizar recortes, posiblemente el Estado español podría llevarlos a cabo en ámbitos menos injustos, como la desproporcionada estructura territorial del Estado, las ingentes subvenciones clientelares, las múltiples televisiones públicas con un déficit crónico y tantos otros gastos superfluos que en nada repercuten en los ciudadanos pero mucho en las estructuras de poder de los partidos políticos. El semblante sombrío de Zapatero mientras presentaba su plan en las Cortes reflejaba su consciencia de que está acabado políticamente. Lo terrorífico es que su inmediato contrincante, personificado en Rajoy, en poco habría variado la política realizada por el PSOE. Lo que ha hecho este gobierno es sencillamente lo que habría hecho el PP. Por eso vimos al líder de la oposición transmutarse asombrosamente en ZP, clamando contra los recortes sociales, desubicado por no tener a qué aferrarse para ir a la contra. Conciudadanos, es la hora que nosotros seamos los que estemos a la altura de las circunstancias; seamos valientes, transformemos este escenario político viciado. Si no lo hacemos nosotros, nadie vendrá a hacerlo en nuestro lugar.
El PSOE se presentó a las elecciones predicando el cambio de modelo productivo, pero prefirió vivir de las rentas, temeroso de cargarse la gallina de los huevos de oro de la que vivía tanta gente, los ayuntamientos los primeros, pero sin olvidar constructores, promotores, entidades financieras e, incluso, propietarios que contemplaban alegremente el espejismo de la subida descomunal del precio de la vivienda. Ha fundamentado su política en el populismo, ha ido ofreciendo partidas de gasto alegremente, a menudo de forma sensacionalista, sacándose de la manga, incluso en medio de debates parlamentarios, ayudas económicas como el famoso cheque-bebé que, como hemos visto, de la misma forma que vinieron, se han esfumado. Luego vimos como negaba la crisis, y cuando la evidencia le estalló en la cara, su respuesta se fundamentó en atrincherarse en la mera espera de que el ciclo económico virara, política, o su falta de ella, que como hemos visto, le ha vuelto a estallar ante sus narices.
Lo peor de todo es que por el camino ha ido dilapidando el superávit del Estado para gastarlo en meros pero caros paños calientes o en políticas populistas que finalmente, se han constatado inútiles y nos han generado un peligroso déficit que ahora los españoles, unos más que otros, vamos a tener que pagar. Mientras tanto, ha sido incapaz de cambiar el modelo productivo, de modificar la legislación para favorecer la economía productiva, de garantizar esa liquidez que tantos autónomos y pequeños empresarios han necesitado y al final ha tenido que claudicar ante lo que ha intentado evitar desde el principio: realizar traumáticos recortes. Ahora sin lugar a dudas imprescindibles (y la que nos espera), pero con un gobierno con proyecto político, desde luego, estaríamos ante otro escenario.
Y, finalmente, las cosas como son, a la hora de realizar recortes, posiblemente el Estado español podría llevarlos a cabo en ámbitos menos injustos, como la desproporcionada estructura territorial del Estado, las ingentes subvenciones clientelares, las múltiples televisiones públicas con un déficit crónico y tantos otros gastos superfluos que en nada repercuten en los ciudadanos pero mucho en las estructuras de poder de los partidos políticos. El semblante sombrío de Zapatero mientras presentaba su plan en las Cortes reflejaba su consciencia de que está acabado políticamente. Lo terrorífico es que su inmediato contrincante, personificado en Rajoy, en poco habría variado la política realizada por el PSOE. Lo que ha hecho este gobierno es sencillamente lo que habría hecho el PP. Por eso vimos al líder de la oposición transmutarse asombrosamente en ZP, clamando contra los recortes sociales, desubicado por no tener a qué aferrarse para ir a la contra. Conciudadanos, es la hora que nosotros seamos los que estemos a la altura de las circunstancias; seamos valientes, transformemos este escenario político viciado. Si no lo hacemos nosotros, nadie vendrá a hacerlo en nuestro lugar.
domingo, 9 de mayo de 2010
Cinismo en azul y grana
No me canso de repetir el topicazo de que la realidad acostumbra a superar la ficción. Ciertamente, muchas veces nos brinda historias que si provinieran de la ficción nos resultarían sencillamente inverosímiles. Éste es el caso de la misteriosa y estrafalaria relación del Barça y su presidente con Uzbekistán que brillantemente nos explica John Carlin (famoso por un libro suyo que inspiró la última película de Clint Eastwood) en El País.
Antes de nada, permítanme aclarar que servidor es culé por tradición familiar y que me pareció encomiable el hecho de que en estos tiempos del deporte mercantilizado el Barça portara en su camiseta el logo de UNICEF previo pago anual a esta agencia de la ONU de 1,5 millones de euros, a pesar de ser evidentemente una ingeniosa fórmula publicitaría para vender la recurrente marca de que és més que un club. Sin duda alguna, no hay forma más legítima de prestigiar tu marca que dedicando tu dinero (y tu coste-oportunidad) a causas altruistas, como los derechos de la infancia, que además desde el deporte tanto predicamento puede tener.
Por todo esto me ha resultado particularmente indignante la historia que nos ha tenido a bien explicar John Carlin. Si es falsa, entiendo que Joan Laporta debería emprender las acciones legales oportunas, pero si no es el caso, me parece un verdadero escándalo que no debería quedar impune.
Recomiendo encarecidamente la lectura del reportaje. Para los más perezosos aclaro que lo que viene a decir es que por un lado Joan Laporta y por el otro el F.C. Barcelona presidido por él mismo, han realizado negocios estrafalarios con un conglomerado empresarial uzbeko llamado Zeromax, propiedad de la hija del presidente de esa república asiática, con la que, por lo que se ve, tiene una relación más allá de la estrictamente profesional. Los extraños negocios que comentamos son, por un lado, un acuerdo de hermandad entre el F.C. Barcelona y el club de fútbol uzbeko Bunyodkor, propiedad de Zeromax, que por lo que explica Carlin ha reportado al Barça unos 8 millones de euros a cambio de dos partidos amistosos de los cuales sólo se ha jugado uno y la visita de tres futbolistas azulgranas a Uzbekistán; y por el otro lado la intermediación del bufete de Joan Laporta en la infructuosa compra del Real Mallorca por parte de Zeromax, por la que el presidente culé pretendía cobrar 4 millones de euros.
Lo grave del asunto es que como explican organizaciones como Human Rights Watch, Environmental Justice Foundation o Amnistía Internacional, el régimen uzbeko es de los más represivos y de los que más atentan a los derechos humanos del mundo y Zeromax es el entramado empresarial utilizado por la familia del presidente para la apropiación de los recursos del país. Una de las cosas más escalofriantes que nos explican, y cito, es que al menos un millón de niños, los más pequeños de 10 años, son anualmente sacados del colegio en septiembre por la policía y obligados a trabajar, como los esclavos del sur de Estados Unidos en el siglo XIX, en la cosecha del algodón. Es un trabajo muy duro y cada niño debe cumplir una cuota diaria en kilos. Muchos de ellos viven lejos de sus casas durante la cosecha, instalados en escuálidos campamentos. Malnutridos, muchos enferman. Las tierras son del Estado, cuyos jefes se llevan pingües beneficios. Uzbekistán es el tercer exportador de algodón del mundo e ingresa mil millones de euros anuales de las ventas de este producto, principalmente a Asia (Varias grandes empresas de Occidente han boicoteado la compra de algodón uzbeco).
Es, por lo tanto, de un cinismo y una indignidad asombrosa que el club que patrocina a UNICEF, recordemos, la agencia de la ONU que vela por los derechos de la infancia, haga negocios con un régimen que entre otras aberraciones, se beneficia del esclavismo infantil. De ser todo esto cierto, no sólo UNICEF ha de retirar su colaboración con el Barça (más que nada por el sinsentido de financiarse indirectamente del esclavismo infantil) sino que los socios del F.C. Barcelona deberían tomar contundentes cartas en el asunto si no quieren que la máxima de més que un club no sea más que una cínica muestra de petulancia vacía de contenido.
Antes de nada, permítanme aclarar que servidor es culé por tradición familiar y que me pareció encomiable el hecho de que en estos tiempos del deporte mercantilizado el Barça portara en su camiseta el logo de UNICEF previo pago anual a esta agencia de la ONU de 1,5 millones de euros, a pesar de ser evidentemente una ingeniosa fórmula publicitaría para vender la recurrente marca de que és més que un club. Sin duda alguna, no hay forma más legítima de prestigiar tu marca que dedicando tu dinero (y tu coste-oportunidad) a causas altruistas, como los derechos de la infancia, que además desde el deporte tanto predicamento puede tener.
Por todo esto me ha resultado particularmente indignante la historia que nos ha tenido a bien explicar John Carlin. Si es falsa, entiendo que Joan Laporta debería emprender las acciones legales oportunas, pero si no es el caso, me parece un verdadero escándalo que no debería quedar impune.
Recomiendo encarecidamente la lectura del reportaje. Para los más perezosos aclaro que lo que viene a decir es que por un lado Joan Laporta y por el otro el F.C. Barcelona presidido por él mismo, han realizado negocios estrafalarios con un conglomerado empresarial uzbeko llamado Zeromax, propiedad de la hija del presidente de esa república asiática, con la que, por lo que se ve, tiene una relación más allá de la estrictamente profesional. Los extraños negocios que comentamos son, por un lado, un acuerdo de hermandad entre el F.C. Barcelona y el club de fútbol uzbeko Bunyodkor, propiedad de Zeromax, que por lo que explica Carlin ha reportado al Barça unos 8 millones de euros a cambio de dos partidos amistosos de los cuales sólo se ha jugado uno y la visita de tres futbolistas azulgranas a Uzbekistán; y por el otro lado la intermediación del bufete de Joan Laporta en la infructuosa compra del Real Mallorca por parte de Zeromax, por la que el presidente culé pretendía cobrar 4 millones de euros.
Lo grave del asunto es que como explican organizaciones como Human Rights Watch, Environmental Justice Foundation o Amnistía Internacional, el régimen uzbeko es de los más represivos y de los que más atentan a los derechos humanos del mundo y Zeromax es el entramado empresarial utilizado por la familia del presidente para la apropiación de los recursos del país. Una de las cosas más escalofriantes que nos explican, y cito, es que al menos un millón de niños, los más pequeños de 10 años, son anualmente sacados del colegio en septiembre por la policía y obligados a trabajar, como los esclavos del sur de Estados Unidos en el siglo XIX, en la cosecha del algodón. Es un trabajo muy duro y cada niño debe cumplir una cuota diaria en kilos. Muchos de ellos viven lejos de sus casas durante la cosecha, instalados en escuálidos campamentos. Malnutridos, muchos enferman. Las tierras son del Estado, cuyos jefes se llevan pingües beneficios. Uzbekistán es el tercer exportador de algodón del mundo e ingresa mil millones de euros anuales de las ventas de este producto, principalmente a Asia (Varias grandes empresas de Occidente han boicoteado la compra de algodón uzbeco).
Es, por lo tanto, de un cinismo y una indignidad asombrosa que el club que patrocina a UNICEF, recordemos, la agencia de la ONU que vela por los derechos de la infancia, haga negocios con un régimen que entre otras aberraciones, se beneficia del esclavismo infantil. De ser todo esto cierto, no sólo UNICEF ha de retirar su colaboración con el Barça (más que nada por el sinsentido de financiarse indirectamente del esclavismo infantil) sino que los socios del F.C. Barcelona deberían tomar contundentes cartas en el asunto si no quieren que la máxima de més que un club no sea más que una cínica muestra de petulancia vacía de contenido.
jueves, 6 de mayo de 2010
Sindicatos verticales
Que en Cataluña se ha ido construyendo un verdadero régimen político en torno al catalanismo es una realidad incuestionable. Las evidencias son cada vez más numerosas, pero posiblemente la más bochornosa es la adhesión a los principios del catalanismo de los sindicatos mayoritarios, UGT y CC OO, hoy convertida en la Comissió Obrera Nacional de Catalunya.
Estas centrales sindicales no sólo han decidido suscribir los postulados de este catalanismo oficial, sino que sorprendentemente los han convertido en una de sus reivindicaciones fundamentales. Lo hemos podido comprobar en la manifestación del 1º de mayo en Barcelona (ocasión increíble, ¡el día del trabajador!) donde una cerrada defensa del Estatut fue una de las cuestiones principales confesas de estos sindicatos o con la inmensa pancarta que preside la fachada de la sede central de la UGT en Cataluña con el inaudito lema "Som una Nació!!!!" (en mayúscula, por supuesto, y entre exclamaciones), imaginable en la sede de un partido nacionalista, pero inconcebible en un sindicato, que ha de tener otras preocupaciones.
Sin duda alguna, relegar la lucha por las condiciones laborales para atender y compartir las reclamaciones políticas de determinado ámbito de poder que nada tienen que ver con los derechos de los trabajadores (si no contravienen directamente los derechos de muchos de ellos) es no sólo incompatible con unos sindicatos independientes, que es lo lógico en una democracia, sino que los convierte en estructuras al servicio del poder político y no de los obreros, es decir, en auténticos sindicatos verticales. Toda una involución que nos retrotrae alarmantemente a la Organización Nacional-Sindicalista de la dictadura franquista.
Esta situación es particularmente ofensiva para los trabajadores cuando nos encontramos con cerca de 700.000 parados en Cataluña, aproximadamente un 20% de la población activa, con un poder adquisitivo limitado y unas condiciones laborales que apuntan a la baja. Lejos de ser exigentes con un poder político que se desentiende de estas cuestiones que son el verdadero quebradero de cabeza de los trabajadores catalanes, estos sindicatos se dedican a echarle una mano a los partidos catalanistas en su particular cruzada por asentar su poder. Sus afiliados se deberían preguntar a quién y a qué intereses se deben realmente CC OO y UGT.
miércoles, 5 de mayo de 2010
La izquierda en la Cataluña republicana
La Historia, como disciplina, se opone por definición a la mitificación del pasado, como ocurre, por ejemplo, con la malograda II República española. Ha llegado a mis manos un texto bastante revelador de la política catalana de aquellos escasos y mistificados años. La imagen que ahora se da, nada tiene que ver con lo que sucedió. Y acabo con una advertencia: el pasado no puede ser tomado como un referente (es fácil caer en el vicio advertido por Karl Marx de hacer que se repita a modo de farsa), sino como una enseñanza. El verdadero referente para un progresista sólo puede ser el futuro.
Recupero este texto de 1932, de indudable interés histórico, con motivo de la celebración del 1º DE ...MAYO, DÍA DEL TRABAJO. El mítico sindicalista Juan García Oliver critica implacablemente las políticas de ERC y demuestra el carácter antiobrero y profundamente demagógico del nacionalismo catalán.
ENEMIGOS DEL PROLETARIADO CATALÁN
Juan García Oliver, dirigente histórico de CNT desde la prisión (año 1932).
Hace solamente unos quince años, los trabajadores de Cataluña dieron patentes pruebas de haber superado la tradición histórica de su pueblo. Cataluña, la Cataluña auténtica, la que trabaja y piensa, había relegado al olvido, como quien se desprende de algo que por anticuado es inservible, el anhelo separatista que de una manera tan pobre e insustancial se empeñaban en sostener un puñado de sacristanes investidos de los atributos de la literatura. La «Historia de Cataluña» de Víctor Balaguer ni siquiera era leída por las personas más cultas de la intelectualidad catalana. El pueblo hacía tiempo que había dejado de leer los acaramelamientos patufetistas a lo Folch i Torres, quien solamente conseguía entretener los ocios de las estúpidas hijas de los burgueses.
El trabajador catalán pensaba y obraba por encima de sus estrechas fronteras locales. Todo lo más, recogiendo la parte sana de su espiritualidad: ofrecía a los pueblos ibéricos un tipo de organización proletaria que, como la CNT, permitía, dentro de sus amplios principios federalistas, la posibilidad de estrecha y fraternal convivencia de todas las regiones peninsulares. Cataluña se superaba ella misma, y aparecía ante el mundo revestida del más elevado sentido de universalidad.
La CNT dio un serio golpe a todos los localismos, regionalismos y separatismos de España. Por primera vez, los españoles encontraron un punto de convivencia y mutua compenetración. La espiritualidad federalista e internacionalista del anarquismo habían obrado el milagro. Tocaba a un puñado de aventureros de la política el ser los atentadores y destructores de este caso de simpatía y fraternidad ibérica, que ojalá pueda verse restaurado y hecho extensivo a todos los pueblos del globo.
Mientras que por un lado, la CNT se dedicaba a la gigantesca labor de dar una unidad federalista a los trabajadores españoles (elemento indispensable para poder realizar sobre bases sólidas la gran revolución social que se proyectaba en nuestro país), había por otro lado en Cataluña, un pequeño núcleo de tenderos, curas y ratones de sacristía que se dedicaban a hacer política separatista. Nadie les hacía caso. Vivían ahogados por la gran gesta revolucionaria que llevaban a cabo los trabajadores de Cataluña y España. Pero vino la dictadura de Primo de Rivera y, con ella, la idiota política de perseguir a esos cuatro tenderos, curas y ratones de sacristía, produciendo una leve exaltación de aquel sentimiento de catalanidad que tan acertadamente definiera el poeta Josep Carner, y que nada tenía de común con el sentido político separatista, de los cuatro logreros de la política de las cuatro barras y la estrella solitaria.
Con la persecución de los pocos separatistas, vino la desbandada hacia el extranjero y los comploteos ridículos de gentes que, inútiles para el trabajo, se pasaban el tiempo en las mesas de café diciéndose pestes unos de otros y demás tonterías por el estilo. Nada grande ni de importancia acometieron aquellos separatistas contra la dictadura primoriverista, ni por la obtención de su cacareada independencia. París, el de la holganza, la bohemia y la golfería, se les ofrecía con todos los atributos de sus reducciones ¿Quién, de aquellos vividores que se decían separatistas, pensaba sinceramente en la independencia de Cataluña? Bien claro se ha visto: ninguno.
El separatismo de los separatistas de Cataluña, la idealidad de esos hombres que hace unos meses, cuando dirigían sus peroraciones al pueblo, se llenaban la boca con aquellas expresiones de «queridos hermanos», «os quiero como a hijos míos» y demás zarandajas paternalistas, ha quedado demostrado hasta la evidencia que tanto su separatismo como su idealismo quedaba reducido a un afán de comerse a Cataluña, a San Jorge y a la misma Generalidad, antigualla carcomida que con muchas prisas y sudores extrajeron de los archivos históricos tan pronto como los gobernantes de Madrid se sostuvieran un poco sobre los patriarcales bigotes de Macià [sic].
De hombres y políticos traidores ¿qué se podía esperar? El humillado por un superior gusta de humillar a sus inmediatos inferiores. Aquellos políticos hambrientos de sinecuras, arriaron la bandera del separatismo solamente porque se les tolerara el comer a dos carrillos. Por de pronto, se comieron las barras y la estrella solitaria; después, todo cuanto ha caído bajo sus fauces abiertas, hasta su propia vergüenza.
Pero había unos hombres, los anarquistas, que les estorbaban durante su cotidiano deglutir. Los anarquistas les decían a los trabajadores cuántos apetitos inconfesables esconden las melifluas palabras de los políticos, aun cuando esos políticos se denominen de «la Izquierda catalana». Y a medida que los anarquistas conseguían que el pueblo trabajador fuera dejando, despreciativamente, a los políticos que comían y a los que estaban a dieta esperando su turno, los hombres de ese partido que se denomina Esquerra Republicana de Catalunya palidecían de ira al pensar que la propaganda anarquista, de seguir extendiéndose, amenazaba con arrancarles la pobre Cataluña que ellos se tragaban.
Fue entonces cuando los políticos agazapados en la Generalidad se juraron el exterminio de los anarquistas. Aún retumba el eco de las palabras de amenaza pronunciadas por Lluhí y Vallescà en el Parlamento, al referirse a los dirigentes de la Federación Anarquista Ibérica. Reciente aquella expresión rufianesca de Companys, al decir después de la huelga general de septiembre, que había que apretarles los tornillos a los extremistas de Barcelona. Cálidas y de actualidad resultan todavía, aquellas declaraciones de Macià en las que decía que era de suma necesidad expurgar a Cataluña de los elementos morbosos.
Se han cumplido las amenazas de Lluhí y Vallesecà, los deseos de Companys y las saludables intenciones de Macià. Los hombres de la Federación Anarquista Ibérica, los extremistas, los morbosos, ya están presos los unos, y ya marchan hacia la deportación los otros.¿Qué más os falta, señores de la Esquerra Republicana de Catalunya? ¿Ya podéis comer y digerir bien? ¿Para cuándo ese Estatuto ridículo que no podría servir ni para regir los destinos de una sociedad de excursionistas?
Desde hace años, la CNT, organismo anarquista y revolucionario, bajo sus principios federalistas acogía a todos los trabajadores de España, dándoles al mismo tiempo una unidad espiritual. Hoy, los elementos verdaderamente sanos de la CNT, los no contaminados por el virus político y burgués, que es casi decir todos sus militantes, han reemprendido la magna tarea de refundir en una sola idealidad los sentimientos del proletariado ibérico. Frente a los militantes anarquistas de la CNT, se levantan con su política localista y regionalista, aquellos cuatro tenderos, curas y ratones de sacristía de ayer, muy bien enchufados hoy a las arterias de Cataluña, pretendiendo destruir la solidaridad del proletariado español.
Dentro del palacio de la Generalidad, elaboraron un Estatuto que decían concretaba las aspiraciones de Cataluña. Hubo una farsa de plebiscito para su aceptación. El Estatuto será o no será aprobado por las Constituyentes ¿Qué más da?... Cataluña, y esta vez de una manera verdaderamente democrática, ha dicho ya cuál tiene que ser su Estatuto, su auténtica manera de vivir para el futuro... Cataluña, solidaria otra vez del resto de España, desprecia a sus políticos, y mientras que en Corral de Almoguer, Almarcha y otros pueblos hispanos izaban la enseña revolucionaria como símbolo de sus apetencias renovadoras, Fígols, Cardona, Berga, Tarrasa, en un bello amanecer, cuando las brumas se disipaban, descubrían al mundo un nuevo porvenir bajo el aletear electrizado de sus rojos y negros.
Ya pueden los enchufados enemigos del proletariado catalán amenazar a los componentes de la Federación Anarquista Ibérica y pedir que se aprieten los tornillos a los extremistas y propugnar exterminios de «morbosos». No importa, Cataluña ha dicho ya, y eso de una manera que no deja lugar a dudas, que quiere vivir sin políticos, sin burgueses, sin millonarios, sin curas, ni ratones de sacristía. El obrero catalán se funde otra vez con el obrero de España y del mundo entero. Por encima de la Izquierda Catalana y de sus encubiertos corifeos.
Recupero este texto de 1932, de indudable interés histórico, con motivo de la celebración del 1º DE ...MAYO, DÍA DEL TRABAJO. El mítico sindicalista Juan García Oliver critica implacablemente las políticas de ERC y demuestra el carácter antiobrero y profundamente demagógico del nacionalismo catalán.
ENEMIGOS DEL PROLETARIADO CATALÁN
Juan García Oliver, dirigente histórico de CNT desde la prisión (año 1932).
Hace solamente unos quince años, los trabajadores de Cataluña dieron patentes pruebas de haber superado la tradición histórica de su pueblo. Cataluña, la Cataluña auténtica, la que trabaja y piensa, había relegado al olvido, como quien se desprende de algo que por anticuado es inservible, el anhelo separatista que de una manera tan pobre e insustancial se empeñaban en sostener un puñado de sacristanes investidos de los atributos de la literatura. La «Historia de Cataluña» de Víctor Balaguer ni siquiera era leída por las personas más cultas de la intelectualidad catalana. El pueblo hacía tiempo que había dejado de leer los acaramelamientos patufetistas a lo Folch i Torres, quien solamente conseguía entretener los ocios de las estúpidas hijas de los burgueses.
El trabajador catalán pensaba y obraba por encima de sus estrechas fronteras locales. Todo lo más, recogiendo la parte sana de su espiritualidad: ofrecía a los pueblos ibéricos un tipo de organización proletaria que, como la CNT, permitía, dentro de sus amplios principios federalistas, la posibilidad de estrecha y fraternal convivencia de todas las regiones peninsulares. Cataluña se superaba ella misma, y aparecía ante el mundo revestida del más elevado sentido de universalidad.
La CNT dio un serio golpe a todos los localismos, regionalismos y separatismos de España. Por primera vez, los españoles encontraron un punto de convivencia y mutua compenetración. La espiritualidad federalista e internacionalista del anarquismo habían obrado el milagro. Tocaba a un puñado de aventureros de la política el ser los atentadores y destructores de este caso de simpatía y fraternidad ibérica, que ojalá pueda verse restaurado y hecho extensivo a todos los pueblos del globo.
Mientras que por un lado, la CNT se dedicaba a la gigantesca labor de dar una unidad federalista a los trabajadores españoles (elemento indispensable para poder realizar sobre bases sólidas la gran revolución social que se proyectaba en nuestro país), había por otro lado en Cataluña, un pequeño núcleo de tenderos, curas y ratones de sacristía que se dedicaban a hacer política separatista. Nadie les hacía caso. Vivían ahogados por la gran gesta revolucionaria que llevaban a cabo los trabajadores de Cataluña y España. Pero vino la dictadura de Primo de Rivera y, con ella, la idiota política de perseguir a esos cuatro tenderos, curas y ratones de sacristía, produciendo una leve exaltación de aquel sentimiento de catalanidad que tan acertadamente definiera el poeta Josep Carner, y que nada tenía de común con el sentido político separatista, de los cuatro logreros de la política de las cuatro barras y la estrella solitaria.
Con la persecución de los pocos separatistas, vino la desbandada hacia el extranjero y los comploteos ridículos de gentes que, inútiles para el trabajo, se pasaban el tiempo en las mesas de café diciéndose pestes unos de otros y demás tonterías por el estilo. Nada grande ni de importancia acometieron aquellos separatistas contra la dictadura primoriverista, ni por la obtención de su cacareada independencia. París, el de la holganza, la bohemia y la golfería, se les ofrecía con todos los atributos de sus reducciones ¿Quién, de aquellos vividores que se decían separatistas, pensaba sinceramente en la independencia de Cataluña? Bien claro se ha visto: ninguno.
El separatismo de los separatistas de Cataluña, la idealidad de esos hombres que hace unos meses, cuando dirigían sus peroraciones al pueblo, se llenaban la boca con aquellas expresiones de «queridos hermanos», «os quiero como a hijos míos» y demás zarandajas paternalistas, ha quedado demostrado hasta la evidencia que tanto su separatismo como su idealismo quedaba reducido a un afán de comerse a Cataluña, a San Jorge y a la misma Generalidad, antigualla carcomida que con muchas prisas y sudores extrajeron de los archivos históricos tan pronto como los gobernantes de Madrid se sostuvieran un poco sobre los patriarcales bigotes de Macià [sic].
De hombres y políticos traidores ¿qué se podía esperar? El humillado por un superior gusta de humillar a sus inmediatos inferiores. Aquellos políticos hambrientos de sinecuras, arriaron la bandera del separatismo solamente porque se les tolerara el comer a dos carrillos. Por de pronto, se comieron las barras y la estrella solitaria; después, todo cuanto ha caído bajo sus fauces abiertas, hasta su propia vergüenza.
Pero había unos hombres, los anarquistas, que les estorbaban durante su cotidiano deglutir. Los anarquistas les decían a los trabajadores cuántos apetitos inconfesables esconden las melifluas palabras de los políticos, aun cuando esos políticos se denominen de «la Izquierda catalana». Y a medida que los anarquistas conseguían que el pueblo trabajador fuera dejando, despreciativamente, a los políticos que comían y a los que estaban a dieta esperando su turno, los hombres de ese partido que se denomina Esquerra Republicana de Catalunya palidecían de ira al pensar que la propaganda anarquista, de seguir extendiéndose, amenazaba con arrancarles la pobre Cataluña que ellos se tragaban.
Fue entonces cuando los políticos agazapados en la Generalidad se juraron el exterminio de los anarquistas. Aún retumba el eco de las palabras de amenaza pronunciadas por Lluhí y Vallescà en el Parlamento, al referirse a los dirigentes de la Federación Anarquista Ibérica. Reciente aquella expresión rufianesca de Companys, al decir después de la huelga general de septiembre, que había que apretarles los tornillos a los extremistas de Barcelona. Cálidas y de actualidad resultan todavía, aquellas declaraciones de Macià en las que decía que era de suma necesidad expurgar a Cataluña de los elementos morbosos.
Se han cumplido las amenazas de Lluhí y Vallesecà, los deseos de Companys y las saludables intenciones de Macià. Los hombres de la Federación Anarquista Ibérica, los extremistas, los morbosos, ya están presos los unos, y ya marchan hacia la deportación los otros.¿Qué más os falta, señores de la Esquerra Republicana de Catalunya? ¿Ya podéis comer y digerir bien? ¿Para cuándo ese Estatuto ridículo que no podría servir ni para regir los destinos de una sociedad de excursionistas?
Desde hace años, la CNT, organismo anarquista y revolucionario, bajo sus principios federalistas acogía a todos los trabajadores de España, dándoles al mismo tiempo una unidad espiritual. Hoy, los elementos verdaderamente sanos de la CNT, los no contaminados por el virus político y burgués, que es casi decir todos sus militantes, han reemprendido la magna tarea de refundir en una sola idealidad los sentimientos del proletariado ibérico. Frente a los militantes anarquistas de la CNT, se levantan con su política localista y regionalista, aquellos cuatro tenderos, curas y ratones de sacristía de ayer, muy bien enchufados hoy a las arterias de Cataluña, pretendiendo destruir la solidaridad del proletariado español.
Dentro del palacio de la Generalidad, elaboraron un Estatuto que decían concretaba las aspiraciones de Cataluña. Hubo una farsa de plebiscito para su aceptación. El Estatuto será o no será aprobado por las Constituyentes ¿Qué más da?... Cataluña, y esta vez de una manera verdaderamente democrática, ha dicho ya cuál tiene que ser su Estatuto, su auténtica manera de vivir para el futuro... Cataluña, solidaria otra vez del resto de España, desprecia a sus políticos, y mientras que en Corral de Almoguer, Almarcha y otros pueblos hispanos izaban la enseña revolucionaria como símbolo de sus apetencias renovadoras, Fígols, Cardona, Berga, Tarrasa, en un bello amanecer, cuando las brumas se disipaban, descubrían al mundo un nuevo porvenir bajo el aletear electrizado de sus rojos y negros.
Ya pueden los enchufados enemigos del proletariado catalán amenazar a los componentes de la Federación Anarquista Ibérica y pedir que se aprieten los tornillos a los extremistas y propugnar exterminios de «morbosos». No importa, Cataluña ha dicho ya, y eso de una manera que no deja lugar a dudas, que quiere vivir sin políticos, sin burgueses, sin millonarios, sin curas, ni ratones de sacristía. El obrero catalán se funde otra vez con el obrero de España y del mundo entero. Por encima de la Izquierda Catalana y de sus encubiertos corifeos.
martes, 4 de mayo de 2010
Una voz necesaria
Impecable retrato de la clase política catalana realizado por el representante de Ciutadans en el Parlament de Cataluña. Un verdadero soplo de aire fresco muy necesario. No sólo es fundamental que permanezca, si no que sea cada vez más fuerte, que estas muestras de sentido común se oigan más y tengan cada vez más capacidad de influir la política de estos lares.
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