No me canso de repetir el topicazo de que la realidad acostumbra a superar la ficción. Ciertamente, muchas veces nos brinda historias que si provinieran de la ficción nos resultarían sencillamente inverosímiles. Éste es el caso de la misteriosa y estrafalaria relación del Barça y su presidente con Uzbekistán que brillantemente nos explica John Carlin (famoso por un libro suyo que inspiró la última película de Clint Eastwood) en El País.
Antes de nada, permítanme aclarar que servidor es culé por tradición familiar y que me pareció encomiable el hecho de que en estos tiempos del deporte mercantilizado el Barça portara en su camiseta el logo de UNICEF previo pago anual a esta agencia de la ONU de 1,5 millones de euros, a pesar de ser evidentemente una ingeniosa fórmula publicitaría para vender la recurrente marca de que és més que un club. Sin duda alguna, no hay forma más legítima de prestigiar tu marca que dedicando tu dinero (y tu coste-oportunidad) a causas altruistas, como los derechos de la infancia, que además desde el deporte tanto predicamento puede tener.
Por todo esto me ha resultado particularmente indignante la historia que nos ha tenido a bien explicar John Carlin. Si es falsa, entiendo que Joan Laporta debería emprender las acciones legales oportunas, pero si no es el caso, me parece un verdadero escándalo que no debería quedar impune.
Recomiendo encarecidamente la lectura del reportaje. Para los más perezosos aclaro que lo que viene a decir es que por un lado Joan Laporta y por el otro el F.C. Barcelona presidido por él mismo, han realizado negocios estrafalarios con un conglomerado empresarial uzbeko llamado Zeromax, propiedad de la hija del presidente de esa república asiática, con la que, por lo que se ve, tiene una relación más allá de la estrictamente profesional. Los extraños negocios que comentamos son, por un lado, un acuerdo de hermandad entre el F.C. Barcelona y el club de fútbol uzbeko Bunyodkor, propiedad de Zeromax, que por lo que explica Carlin ha reportado al Barça unos 8 millones de euros a cambio de dos partidos amistosos de los cuales sólo se ha jugado uno y la visita de tres futbolistas azulgranas a Uzbekistán; y por el otro lado la intermediación del bufete de Joan Laporta en la infructuosa compra del Real Mallorca por parte de Zeromax, por la que el presidente culé pretendía cobrar 4 millones de euros.
Lo grave del asunto es que como explican organizaciones como Human Rights Watch, Environmental Justice Foundation o Amnistía Internacional, el régimen uzbeko es de los más represivos y de los que más atentan a los derechos humanos del mundo y Zeromax es el entramado empresarial utilizado por la familia del presidente para la apropiación de los recursos del país. Una de las cosas más escalofriantes que nos explican, y cito, es que al menos un millón de niños, los más pequeños de 10 años, son anualmente sacados del colegio en septiembre por la policía y obligados a trabajar, como los esclavos del sur de Estados Unidos en el siglo XIX, en la cosecha del algodón. Es un trabajo muy duro y cada niño debe cumplir una cuota diaria en kilos. Muchos de ellos viven lejos de sus casas durante la cosecha, instalados en escuálidos campamentos. Malnutridos, muchos enferman. Las tierras son del Estado, cuyos jefes se llevan pingües beneficios. Uzbekistán es el tercer exportador de algodón del mundo e ingresa mil millones de euros anuales de las ventas de este producto, principalmente a Asia (Varias grandes empresas de Occidente han boicoteado la compra de algodón uzbeco).
Es, por lo tanto, de un cinismo y una indignidad asombrosa que el club que patrocina a UNICEF, recordemos, la agencia de la ONU que vela por los derechos de la infancia, haga negocios con un régimen que entre otras aberraciones, se beneficia del esclavismo infantil. De ser todo esto cierto, no sólo UNICEF ha de retirar su colaboración con el Barça (más que nada por el sinsentido de financiarse indirectamente del esclavismo infantil) sino que los socios del F.C. Barcelona deberían tomar contundentes cartas en el asunto si no quieren que la máxima de més que un club no sea más que una cínica muestra de petulancia vacía de contenido.
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