El ser humano es mayormente estúpido: tenemos tendencia al maniqueismo, incluso aún más, al partidismo. Necesitamos en los conflictos distinguir entre buenos y malos y en muchas ocasiones están protagonizados por idiotas de diferente índole. Sin duda hay excepciones, es lo que pienso en casos como la Guatemala de la segunda mitad del siglo XX, pero en demasiadas ocasiones las adhesiones inquebrantables a las que somos tan propicios sólo pueden ser una muestra de imprudencia, de simplificación contraproducente que nos evita comprender la complejidad de estos conflictos.
Esta gratuita reflexión viene a colación de la reciente salvajada perpetrada por el Estado de Israel. Está en todos los medios, su armada ha decidido atacar una flotilla que transportaba ayuda humanitaria a Gaza y han muerto al menos 10 personas, a parte de unos sesenta heridos. El gobierno israelí podrá alegar lo que le dé la gana, pero la desproporción de la reacción es notoria. Los de Hamás serán unos integristas, pero eso no quita que el gobierno de Tel Aviv también pueda serlo y ambos tienen la misma legitimidad democrática. Hasta que no se quiten unos y otros de la mollera maximalismos identitarios no serán libres ni los unos ni los otros. Ellos mismos.
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