El gobierno de Rodríguez Zapatero es probablemente el que menos proyecto político ha dispuesto en la historia reciente. No podemos decir que el presidente haya fracasado porque en lo único que se ha fundamentado es en ganar elecciones y eso lo ha logrado con relativa facilidad. No tiene demasiado mérito, la verdad, porque la alternativa que ha tenido se lo ha puesto verdaderamente fácil. De hecho, la última campaña de las generales pareció basarse en ver quién era menos malo. En definitiva, Zapatero ha mostrado ser un gobernante consagrado a un burdo populismo, un gobernante feliz de seguir el camino fácil, posible triste reflejo de nuestro tiempo.
Así pues, este gobierno ha sido una gran ocasión perdida. Pudo cerrar la estructura territorial del estado acometiendo una reforma verdaderamente federal pero prefirió dejarse llevar por sus promesas del aprobaré el Estatut que salga del Parlament de Catalunya. Llegó en la cresta de la ola de una economía exultante pero fundamentada en la especulación, era el momento propicio de dirigirla hacia un modelo más productivo, pero prefirió no tocar la gallina de los huevos de oro y vivir de las rentas.
De aquellos polvos, estos lodos. Nada ha cambiado, sólo las circunstancias. Sigue siendo un gobierno acostumbrado a contentar. Lo que pasa es que con la crisis ha cambiado el sujeto al que debe contentar. Le ha visto las orejas al lobo del mercado y para que no le paralice el crédito financiero no ha dudado en hacer lo que mejor sabe, contentarlo. Para ello ha reducido el gasto en lo que le ha sido más fácil y está abaratando el despido. Pretenderá con ello revestirse de sacrificado estadista y lo realizado de reforma estructural.
Grosera mentira que nos muestra una vez más la mediocridad de nuestros gobernantes. Sin lugar a dudas no ha realizado ningún cambio estructural, sino recortes severos para seguir capeando el temporal. El más ilustrativo es la llamada reforma laboral que tenemos ahora en proceso parlamentario. No es ni mucho menos una reforma estructural, estamos de nuevo ante la fácil y recurrente salida del abaratamiento del despido, medida habitual en este país que cuando llegue a ser gratis de tanto reducirlo, habrá que ver qué se les ocurre en la próxima ocasión.
Y todo ello, a pesar de haberse demostrado el abaratamiento del despido no ya inútil, sino contraproducente. España, con una caída del PIB similar a la de otros países de la UE, ha destruido cinco veces más empleo. Ello se debe, indudablemente, a la profusión de trabajo precario, a la temporalidad de los contratos, a la facilidad del despido, a la desidia, en definitiva, en la hora de potenciar verdaderamente el factor laboral en la economía española y, ello, de la mano de un partido que se hace llamar socialista obrero español. Mucho se ha hablado del modelo alemán y de economía sostenible, pero al final, siempre prevalece el camino fácil, para desgracia de los españoles.
Así pues, este gobierno ha sido una gran ocasión perdida. Pudo cerrar la estructura territorial del estado acometiendo una reforma verdaderamente federal pero prefirió dejarse llevar por sus promesas del aprobaré el Estatut que salga del Parlament de Catalunya. Llegó en la cresta de la ola de una economía exultante pero fundamentada en la especulación, era el momento propicio de dirigirla hacia un modelo más productivo, pero prefirió no tocar la gallina de los huevos de oro y vivir de las rentas.
De aquellos polvos, estos lodos. Nada ha cambiado, sólo las circunstancias. Sigue siendo un gobierno acostumbrado a contentar. Lo que pasa es que con la crisis ha cambiado el sujeto al que debe contentar. Le ha visto las orejas al lobo del mercado y para que no le paralice el crédito financiero no ha dudado en hacer lo que mejor sabe, contentarlo. Para ello ha reducido el gasto en lo que le ha sido más fácil y está abaratando el despido. Pretenderá con ello revestirse de sacrificado estadista y lo realizado de reforma estructural.
Grosera mentira que nos muestra una vez más la mediocridad de nuestros gobernantes. Sin lugar a dudas no ha realizado ningún cambio estructural, sino recortes severos para seguir capeando el temporal. El más ilustrativo es la llamada reforma laboral que tenemos ahora en proceso parlamentario. No es ni mucho menos una reforma estructural, estamos de nuevo ante la fácil y recurrente salida del abaratamiento del despido, medida habitual en este país que cuando llegue a ser gratis de tanto reducirlo, habrá que ver qué se les ocurre en la próxima ocasión.
Y todo ello, a pesar de haberse demostrado el abaratamiento del despido no ya inútil, sino contraproducente. España, con una caída del PIB similar a la de otros países de la UE, ha destruido cinco veces más empleo. Ello se debe, indudablemente, a la profusión de trabajo precario, a la temporalidad de los contratos, a la facilidad del despido, a la desidia, en definitiva, en la hora de potenciar verdaderamente el factor laboral en la economía española y, ello, de la mano de un partido que se hace llamar socialista obrero español. Mucho se ha hablado del modelo alemán y de economía sostenible, pero al final, siempre prevalece el camino fácil, para desgracia de los españoles.
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