jueves, 4 de marzo de 2010

HIPOCRESIA Y ARBITRARIEDAD

Tenía curiosidad por conocer la opinión de los impulsores de la famosa ILP de los toros al respecto de la doble moral habida entre els correbous (también conocidos por encierros) y las corridas (también conocidas como curses de braus). Por lo que se ve, renuncian a la prohibición dels bous embolats y tradiciones similares que sí exigen para las corridas porque, según les parece, “la sociedad no les apoyaría”. Incomprensible. ¿Qué fue de la inadmisible tortura a los animales? ¿No se trataba de acabar con tradiciones bárbaras?¿Por qué la sociedad apoyaría una prohibición y no la otra si implican el mismo maltrato?

La respuesta es evidente: se refieren a los nacionalistas, deseosos de acabar con algo que huele a españolazo pero incómodos con la prohibición de una tradición con solera nostrada (en realidad tienen tanta solera tradicional catalana els correbous como las corridas, pero qué más da). Tanto solemne alegato, tanta superioridad moral tirados por el sumidero de la hipocresía y la arbitrariedad.

Si algo nos cuesta asumir a los seres humanos es, precisamente, la hipocresía y la arbitrariedad, base de la concepción natural de la injusticia. De críos ya reaccionamos ante los caprichos del profe que coge manía a unos alumnos mientras otros son su ojito derecho. Los argumentos que nos llevan a prohibir algo no pueden ser ignorados ante un fenómeno equivalente, porque eso genera injusticias y los perjudicados adquieren motivos para sentirse agraviados. Algo, lógicamente, inaceptable en una democracia.

Me traen sin cuidado de la misma forma ambas prácticas, corridas y correbous. Lo que me preocupa es la libertad, la igualdad y la justicia, principios habitualmente sacrificados para satisfacer el capricho de los nacionalistas, poco dados a estos principios y habituados a procurar imponer su particular sensibilidad. Un puñado de toros no morirá ante los ojos del que lo quiera mirar a cambio de retorcer un poco más la libertad y la igualdad en Cataluña, y todo por la manía de algunos de imponer su propia sensibilidad. Aprendamos a respetar el mal gusto ajeno. ¡Ay, si yo intentara imponer mi propia sensibilidad! ¡Cuántas cosas prohibiría!

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