martes, 25 de septiembre de 2012

Las claves del 11S II: El inconfesable encanto del nacionalismo

El inconfesable encanto del nacionalismo.

No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.
Karl Marx

El otro día me preguntaba cómo se lo montaba CiU para contar con semejante masa entusiasta, dispuesta a brindarle tan estupenda cortina de humo que ya no hablamos de recortes, rescates y corrupción sino de la independencia que en nombre de todos los catalanes clamaron el otro día. Ciertamente, abusa de los medios de comunicación, tanto públicos como privados, pero incluso en las sociedades más oprimidas, manipuladas e ignorantes es poca la gente que se presta encantada a las manifestaciones masivas de apoyo al poder. De hecho, hasta el 11S, las manifestaciones que protagonizaban la actualidad catalana eran, precisamente, las que se oponían a las políticas de recortes de CiU. Por otra parte, la opinión pública estaba pendiente de los casos de corrupción de CiU y las dificultades financieras de la Generalitat. Entonces, a este gobierno tocado e impopular, ¿Cómo es posible que miles de personas le hayan brindado generosamente semejante balón de oxígeno con el que alejar de la luz pública sus múltiples debilidades y, de rebote, protagonizar la agenda política?

En Cataluña hay una ideología dominante: el nacionalismo. Procura justificarse en torno a la historia, la cultura, la lengua o incluso la economía, pero todo ello no son más que pretextos. Como decía Marx, la ideología es una falsa conciencia. Ello se deriva de la más fundamental máxima del filósofo alemán: no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. El nacionalismo, pues, no se deriva del respeto a los antepasados, el aprecio a una lengua ni tan siquiera de agravios fiscales. Es una mera cuestión clasista.

Hay que hacer un breve repaso histórico. En la industrialización de un país, hay un proceso de urbanización que requiere desplazamientos masivos de población del campo a la ciudad, para generar lo que se ha venido a llamar la clase obrera. Cataluña, y particularmente Barcelona, fue un núcleo de industrialización en España, con lo que fue recibiendo un importante aporte de población del resto del país en diferentes oleadas. Quizá sería pertinente mencionar los movimientos obreros internacionalistas que predicaban la revolución obrera. El nacionalismo, pues, es una reacción de clase media ante ese proceso industrializador y, fundamentalmente, proletarizador. Es decir, es la voluntad de distinguirse como los legítimos moradores de un territorio, reclamando, de esta forma, su preeminencia. Eric Hobsbawm, por ejemplo, explica con su habitual clarividencia este tránsito de las clases medias hacía la derecha reaccionaria en libros como La era del Imperio o Naciones y nacionalismo desde 1780.

Pero simplifiquemos. El nacionalismo, pues, se fundamenta en un complejo de superioridad. De ahí se deriva al uso de la lengua catalana como signo de estatus (siempre al nivel de la clase media, la clase alta está por encima de estas nimiedades) y el recurrente victimismo que permite alejar toda responsabilidad de uno mismo. Como complejo, entra, pues, en el campo de la psicología. De hecho, los propios nacionalistas reconocen con orgullo que se trata de un sentimiento, por lo que adolecen de capacidad de racionalización y reaccionan con agresividad ante la discusión de sus axiomas.

Ese complejo de superioridad, con todo, ha tenido que sufrir las consecuencias de la crisis. Las crisis económicas tienen también una importante vertiente psicológica, afectando a la seguridad y la confianza de la gente. En Cataluña, como en el resto de España, la crisis ha sido particularmente virulenta, con un elevado número de parados, diferentes cajas de ahorro nacionalizadas y una política de austeridad que, como hemos comentado, ha sido particularmente atroz con el Estado de bienestar. La mani del 11S ha respondido, pues, a una necesidad psicológica, ha significado un acto de reafirmación necesario para su complejo y de paso, una canalización de la frustración hacia aspiraciones banales que permiten dirigir las responsabilidades hacia fuera y seguir pensando que somos especiales, diferentes, mejores.

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