viernes, 26 de febrero de 2010
Cansan por igual
Cansan por igual y toca los cojones que a los que nos desagrada cualquiera que se envuenla en banderas nos confundan con alguno de ellos. Las banderas, si son oficiales, en los edificios institucionales.
miércoles, 24 de febrero de 2010
La gilipollez como comportamiento aceptado
Ciertamente, tendemos a intentar entendernos y entre el castellano y el catalán es fácil porque ambas son hijas del latín mal hablado. Ahora bien, de vez en cuando alguien cuenta una anécdota increíble que desmonta todo esto. Y es que nuestros legisladores incitan y legitiman comportamientos sencillamente gilipollas. Para muestra, este botón extraído del diario El País.
En Cataluña disponemos de un exclusivo organismo público que equívocamente se llama Consorci per a la Normalització Lingüística. Desde luego, eso es lo que les pedimos algunos a los legisladores, lo que pasa es que éstos confunden normalización con uniformidad. Y en esas están.
lunes, 22 de febrero de 2010
Estoy sensiblón
A Serrat le alabo el gusto: qué mejor que versionar a Miguel Hernández y Antonio Machado. Es un recurso facilón porque son dos referentes emocionales básicos en este país, pero siempre se agradece recordar ciertos versos. Porque, ay, la cultura está para disfrutarla.
jueves, 18 de febrero de 2010
La identidad de cada uno
El escepticismo lo manifestó, si mi memoria no me engaña, ni más ni menos que un historiador, lo cual demuestra que, por otro lado, como tal es mediocre. Si tomamos como ejemplo la edad media, el elemento fundamental que constituía la identidad en la Europa feudal era el formar parte de la cristiandad, pero no era el único con transcendencia. Era un factor determinante el estamento en el que uno estaba circunscrito y aún encontraremos otros menores como la orden religiosa para los miembros de ese estamento o factores geográficos y étnicos, como por ejemplo Guifré el Pilós o Borrell II que en este aspecto se consideraban godos. Lógicamente, son cuestiones que cualquier historiador que se precie ha de tener presente.
Pero volviendo a la actualidad, como decíamos, la identidad es cada vez más múltiple y diversa y no se limita a un mero apego al terruño. Afortunadamente, nuestros referentes son cada vez más amplios y en la configuración de nuestra personalidad la geografía cada vez nos condiciona menos, cada vez podemos construir nuestra identidad con menos determinismos. Muchos son los patrones en los que nos inscribimos. No participamos en bloques culturales homogéneos, estancos e ineludibles como pueden pretender aquellos que, sin ir más lejos, se llenan la boca hablando de la cultura catalana.
Cada vez hay más rasgos que confieren conciencia de formar parte de un colectivo específico y que tenemos la suerte de escoger en libertad. Los ejemplos, como decíamos, son diversos: que se lo digan a los homosexuales, heavies, trekkies, otakus, culés... Pero la cosa no se queda ahí, son elementos básicos la ideología política, la religión (y los que carecemos de ella), la profesión... Para mí, sin ir más lejos, es un elemento básico de mi identidad el ser historiador. Lógicamente no son excluyentes, cada cual va acumulando identidades en su acervo personal. Por eso la mayoría de catalanes asume con naturalidad ser tanto catalanes como españoles. No es excluyente. De hecho, aún se puede añadir el municipio, que se lo digan a un hospitalense e, incluso, el barrio. Las adscripciones pueden ser infinitas, las limita cada uno de los individuos. De ahí la obviedad de que en Cataluña hay siete millones de identidades.
De hecho, qué pobre personalidad la de aquél que limite su identidad a un único rasgo.
lunes, 15 de febrero de 2010
¿Dónde están Anglada y sus imitadores?
jueves, 11 de febrero de 2010
El supuesto periodismo de calidad
Leo por doquier a periodistas quejándose de la crisis del periodismo. Es natural, se trata de su pan y las reconversiones son siempre duras. La aparición de nuevas formas de comunicación exigen adaptaciones que no siempre son agradecidas. Ahora bien, lo que reivindican es la calidad de la prensa tradicional y la información de pago. De nuevo, como no puede ser de otra forma, la culpa la tienen los consumidores que se dejan llevar por la tentación de la gratuitidad.
Sinceramente, agradecería un mínimo de autocrítica por parte del periodismo. Como lector y ciudadano consciente de la importancia para la democracia de la información, me gustaría que reflexionaran sobre la pérdida de credibilidad del periodismo, circunstancia que lleva a que el lector medio no le confiera valor añadido a la prensa con pretensión de calidad (y cobro). Valores como la objetividad y la imparcialidad son ninguneados por medios que son cada vez más obscenos voceros de su opción de poder.
Anoche, sin ir más lejos, tuve ocasión de ver un nefando programa llamado 59 segundos, en el que distinguidos periodistas de los medios escritos más importantes del país debatieron sobre la actualidad de la crisis económica. Me temo que fue muy representativo del panorama periodístico español. Vimos una reproducción de los rifirrafes partidistas que nos brinda gobierno y oposición desarrollado con un nivel intelectual aún más lamentable del que nos tienen acostumbrados nuestros desafeccionadores políticos. Resultó vergonzante la proliferación de tópicos y vaguedades que nos ofreció esa cuadrilla de profesionales.
Se me quedó clavada en la retina la airada discusión entre dos periodistas sobre la calidad del gobierno de Berlusconi en la que fueron incapaces de argumentar sus posiciones por un mero desconocimiento del tema. Sencillamente se dejaron llevar por su adscripción ideológica. Esto, que es razonable en la barra de un bar, es inadmisible por parte de supuestos especialistas en política o al menos, que pretenden vivir de ello. Se demuestra la gran verdad del periodismo y de la que todavía no se han dado cuenta: son especialistas en nada que pretenden opinar de todo. Ellos solitos se han trabajado el descrédito de su profesión y por ello no sorprende que en Tele 5 cualquiera que salga aireando cotilleos sea considerado periodista. ¿Por qué no?
miércoles, 10 de febrero de 2010
Cuando pierdan las elecciones, el tripartito podrá montar un circo (pero sin fieras, que las han prohibido)
Lo bueno de que la política catalana sea un circo es que inspira la creación. Un ejemplo: Veguerías sin fronteras, de Margarita Rivière.
Aunque, viendo la foto, la verdad es que Gaby, Fofo y Miliki tenían más gracia que Saura, Carod y Montilla. Supongo que el tripartit se decanta más por los payasos patéticos que despiertan lastimita más que risa.
lunes, 8 de febrero de 2010
Un ejercicio de coherencia
Un amiguete ha tenido la gentileza de pasarme una foto que ha encontrado por la red (curiosamente realizando una búsqueda sobre anarquismo) que refleja la realidad de una forma directa, cruda, reveladora. Vivimos en una sociedad que clasifica los movimientos políticos en función a una iconografía forjada en una tradición apenas centenaria, llevando al personal a adscripciones más emocionales que a juicios racionales. El gran acierto del nacionalismo imperante es haber sabido inscribir su simbología en el campo de la izquierda a pesar de que sus postulados son asombrosamente parecidos al fascismo afortunadamente estigmatizado, herencia dichosa del antifranquismo. La cuestión es que se empiece de una vez a ubicar a cada cual según sus planteamientos, porque tiene cojones que luego los fascistas seamos los otros
jueves, 4 de febrero de 2010
La perversa droga del poder
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas.
J.R.R. Tolkien
El poder, así es amigos, corrompe. Es probablemente la droga que más afecta y atenaza al espíritu humano en cualquier ámbito, desde la comunidad de vecinos al gobierno mundial. El gran éxito de Tolkien con El Señor de los anillos reside, precisamente, en haber construido eficazmente un relato épico, una mitología sobre el poder, que es sin duda uno de los elementos consubstanciales a todos los seres sociales, un impulso primario que nos remonta a la figura del macho alfa.
El anillo, metáfora del poder, es una pesada carga que te consume, que devora al más entrañable y humilde de los individuos pero que nadie está dispuesto a soltarla y por la que muchos acaban sintiéndose atraídos. Es difícil ser más preciso. ¿Qué es lo que ofrece? Es algo evidente: privilegios, reconocimiento, capacidad de decidir e influir. Recordemos las palabras de la criatura Golum: ¡Mi tesoro…!
Todos, más o menos, compartimos una percepción semejante sobre el poder. La moda de hablar de desafección política va por ahí. Algunos ingenuos hablan pomposamente de buscar una regeneración democrática, ¡cándida inocencia!, como si nos encontráramos con una mera degeneración que tan sólo es preciso abortar, tal vez, a golpe de voluntad y buen propósito (semejante a dejar de fumar o hacer ejercicio al comienzo de cada año).
Lógicamente, los incautos que se han dejado llevar por semejante ilusión se han dado enseguida de bruces con la realidad. Como eran sólo seres humanos, rápidamente se encontraron con luchas cainitas por eso del poder. Qué hipócritas, pensarán algunos, pero no seamos injustos, pensemos más bien, qué ilusos. Es por todos conocido que la entrada al infierno está empedrada de buenas intenciones. No nos engañemos, el hombre puede ser bueno por naturaleza al gusto de Rousseau, pero también, como decía Tito Marcio Plauto y nos recordó Hobbes, Homo homini lupus, especialmente si se siente amenazado.
Es el miedo a perder el anillo, a perder el poder, lo que les lleva a algunos a defender las ideas más viles (como Vila d’Abadal, alcalde de Vic, con los inmigrantes o Montilla con la dichosa lengua), a promover a los más serviles y no los más aptos (como Zapatero con Chacón y tantos otros) o directamente manifestar comportamientos paranoicos y alejados de la realidad. Volviendo a la criatura Golum: ¡Mi tesoro…!
El error está en esperar la figura del redentor. Olvidémonos de mitomanías salvadoras en política. Hay que elaborar, concebir de la forma más estructurada posible mecanismos que dificulten al máximo la tentación del anillo, pero sobre todo, somos todos y cada uno de nosotros mismos a la hora de depositar el voto los responsables de consentir los abusos del que lleva la pesada carga.