jueves, 4 de febrero de 2010

La perversa droga del poder



Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas.

J.R.R. Tolkien

El poder, así es amigos, corrompe. Es probablemente la droga que más afecta y atenaza al espíritu humano en cualquier ámbito, desde la comunidad de vecinos al gobierno mundial. El gran éxito de Tolkien con El Señor de los anillos reside, precisamente, en haber construido eficazmente un relato épico, una mitología sobre el poder, que es sin duda uno de los elementos consubstanciales a todos los seres sociales, un impulso primario que nos remonta a la figura del macho alfa.


El anillo, metáfora del poder, es una pesada carga que te consume, que devora al más entrañable y humilde de los individuos pero que nadie está dispuesto a soltarla y por la que muchos acaban sintiéndose atraídos. Es difícil ser más preciso. ¿Qué es lo que ofrece? Es algo evidente: privilegios, reconocimiento, capacidad de decidir e influir. Recordemos las palabras de la criatura Golum: ¡Mi tesoro…!


Todos, más o menos, compartimos una percepción semejante sobre el poder. La moda de hablar de desafección política va por ahí. Algunos ingenuos hablan pomposamente de buscar una regeneración democrática, ¡cándida inocencia!, como si nos encontráramos con una mera degeneración que tan sólo es preciso abortar, tal vez, a golpe de voluntad y buen propósito (semejante a dejar de fumar o hacer ejercicio al comienzo de cada año).


Lógicamente, los incautos que se han dejado llevar por semejante ilusión se han dado enseguida de bruces con la realidad. Como eran sólo seres humanos, rápidamente se encontraron con luchas cainitas por eso del poder. Qué hipócritas, pensarán algunos, pero no seamos injustos, pensemos más bien, qué ilusos. Es por todos conocido que la entrada al infierno está empedrada de buenas intenciones. No nos engañemos, el hombre puede ser bueno por naturaleza al gusto de Rousseau, pero también, como decía Tito Marcio Plauto y nos recordó Hobbes, Homo homini lupus, especialmente si se siente amenazado.


Es el miedo a perder el anillo, a perder el poder, lo que les lleva a algunos a defender las ideas más viles (como Vila d’Abadal, alcalde de Vic, con los inmigrantes o Montilla con la dichosa lengua), a promover a los más serviles y no los más aptos (como Zapatero con Chacón y tantos otros) o directamente manifestar comportamientos paranoicos y alejados de la realidad. Volviendo a la criatura Golum: ¡Mi tesoro…!


El error está en esperar la figura del redentor. Olvidémonos de mitomanías salvadoras en política. Hay que elaborar, concebir de la forma más estructurada posible mecanismos que dificulten al máximo la tentación del anillo, pero sobre todo, somos todos y cada uno de nosotros mismos a la hora de depositar el voto los responsables de consentir los abusos del que lleva la pesada carga.

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