Preparándome
ingenuamente unas oposiciones que no parecen próximas, me estoy
releyendo el estimulante libro de Eric Hobsbawm Sobre la historia
( Ed. Crítica, Barcelona,
2002), donde plantea unas directrices que no sólo son de rabiosa actualidad, sino que
demasiado habitualmente mis colegas no se molestan en seguir y que
entiendo debería ser de obligado cumplimiento para todo aquel que
osase considerarse historiador.
En
el primer capítulo del libro, llamado Dentro y fuera de la
historia, nos habla del deber
del historiador: en particular, somos los encargados de
criticar todo abuso que se haga de la historia desde una perspectiva
político-ideológica (p. 18).
El maestro tiene claro de dónde vienen las amenazas: Porque
la historia es la materia prima de la que se nutren las ideologías
nacionalistas, étnicas y fundamentalistas, del mismo modo que las
adormideras son el elemento que sirve de base a la adicción a la
heroína. El pasado es un factor esencial -quizá el factor más
esencial- de dichas ideologías. Y cuando no hay uno que resulte
adecuado, siempre es posible inventarlo. De hecho, lo más normal es
que no exista un pasado que se adecue por completo a las necesidades
de tales movimientos, ya que, desde un punto de vista histórico, el
fenómeno que pretenden justificar no es antiguo ni eterno, sino
totalmente nuevo (p. 17). Hoy
día, el mito y la invención son fundamentales para la política de
identidad a través de la que numerosos colectivos que se definen a
sí mismos de acuerdo con su origen étnico, su religión o las
fronteras pasadas o presentes de los estados tratan de lograr una
cierta seguridad en un mundo incierto e inestable diciéndose aquello
de “somos diferentes y mejores que los demás”
(p. 19-20).
El
mismo día en que releo estas sabias instrucciones del viejo
profesor, la recientemente nombrada Presidente del Parlamento de
Cataluña, en su discurso de investidura, había afirmado: Hemos
de ser conscientes de que no venimos de la Constitución de 1978,
somos herederos de un glorioso pasado.
Por respeto al maestro Hobsbawm, fallecido este mismo año, me veo
obligado a seguir con su mandato. Tengo el deber moral como
licenciado en historia de criticar semejante abuso a mi disciplina.
Efectivamente, el poder de la institución que preside la señora de
Gispert emana, ni más ni menos, de la Constitución de 1978 y no, ni
mucho menos, de la institución medieval de la que se extrajo el
nombre en la II República. Además, en todo caso, no gozaría tan añeja institución de un
glorioso pasado, sino de un explotador origen: la extracción fiscal (las generalidades) a
la plebe, al poble menut, por parte de los estamentos privilegiados centrados en la apropiación de
la deuda pública crónica generada por la belicosidad real.
Cumplido mi deber, vuelvo a mis estudios. Otro día podríamos comentar el escalofriante paralelismo fiscal de la Corona de Aragón de la baja edad media con la situación actual. Y no, no hablaremos de expolio fiscal. Territorial, cuanto menos, claro.
Cumplido mi deber, vuelvo a mis estudios. Otro día podríamos comentar el escalofriante paralelismo fiscal de la Corona de Aragón de la baja edad media con la situación actual. Y no, no hablaremos de expolio fiscal. Territorial, cuanto menos, claro.